Después de la celebración del carnaval se inicia con el Miércoles de Ceniza un período que la iglesia llama Cuaresma, el que comprende cuarenta días reservado para la preparación de la Pascua. Un tiempo que representa los días que Jesús permaneció en el desierto antes de iniciar su vida pública, por decirlo de alguna manera, u otros también aluden a los cuarenta años que pasó el pueblo de Israel en el desierto con Moisés.
En gran cantidad de países se celebra el carnaval, unas festividades cuya característica común es el desenfreno del comportamiento moral, un período de permisividad y cierto descontrol; sin embargo, irónicamente es reconocido como una fiesta religiosa por la Iglesia católica, la comunión anglicana, las iglesias protestantes y las metodistas y hay culturas protestantes que tienen tradiciones modificadas como el carnaval danés o el “Mardi Gras” estadounidense.
Después del desenfreno llega el arrepentimiento, el Miércoles de Ceniza, día en que inicia la Cuaresma y entonces durante la celebración, los feligreses que aún con el tufo a ron han acudido a darse golpes de pecho, escuchan todavía adormilados la frase: “Polvo eres y en polvo te convertirás”, palabras que repite el sacerdote recordando para reflexionar sobre la humildad, el arrepentimiento y la penitencia, imponiendo después a los arrepentidos en la frente, la conocida cruz hecha de ceniza negra. Celebración que proviene y está ligada al judaísmo, ya que ellos tenían por costumbre cubrirse de ceniza cuando habían cometido algún pecado. Así de esta manera, expresamos nuestro deseo de conversión, prometemos dejar una vida llena de pecado para entregarnos a Dios después del desorden cometido en carnaval.
Si la mayoría de nosotros realizáramos el ritual de embadurnarnos de ceniza cuando pecamos, viviríamos tiznados permanentemente, y creo que serían muy pocos los transeúntes que anduvieran limpios por las calles. Pero, como en nuestra sociedad se permite el pago de nuestros pecados, por no hablar de las penas, a cambio de una penitencia impuesta por un jerarca que dosifica la misma teniendo en cuenta la gravedad del pecado, andamos limpios por el mundo aunque por dentro estemos cundidos de inmoralidad sin aludir a la ilegalidad, en este momento.
Nos acostumbramos a vivir aplicando y poniendo en práctica una ecuación, en donde una oración más un pecado es igual a ningún pecado. Y no nos damos cuenta que tal matemática no es real. Se necesita primero que todo, tener el valor de reconocer, enfrentar y apartarnos de lo que genera ofensa o daño a las personas que nos rodean. No somos perfectos, pero podemos asumir con responsabilidad las consecuencias de nuestras acciones y no pretender que con una buena acción o una copiosa oración se pueda cubrir nuestras faltas.
Muchos, tal vez, ni siquiera saben que la ceniza con la que se hace la cruz e impone el miércoles, proviene de las palmas benditas que se usaron el año pasado durante el Domingo de Ramos, primer día de la Semana Santa. Más les interesa mostrarse como arrepentidos ante los demás, exhibiendo el salvoconducto moral en la frente por estar limpio de pecado y dispuesto a no caer nuevamente en las tentaciones mundanales. Cuestión que no se la cree ni uno mismo, como bien diría cualquiera. Las páginas de muchos diarios publican fotos de gobernantes, políticos, actores y demás gente influyente que exhiben con orgullo tal insignia, olvidando muchas veces que el negro de su cruz puede convertirse en el blanco justificado de algunos señalamientos y la censura a la hipocresía que profesan.
Pero, independiente a la simbología que representa el ritual de la imposición de la cruz el Miércoles de Ceniza, nos debe quedar el recordatorio de que nuestra vida en la tierra es pasajera y por ello debemos reflexionar sobre nuestras actuaciones y que con ellas podemos hacer daño a otras personas, por lo tanto, con rezar y pecar, muchas veces no se empata.
Jairo Mejía