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El pueblo vallenato seguirá meciéndose y cantando en ‘La hamaca grande’

El juglar Adolfo Pacheco cada vez que cantaba presentaba sus canciones untadas de experiencias vividas.

Al compositor Adolfo Rafael Pacheco Anillo, nacido en San Jacinto, Bolívar, el jueves ocho de agosto de 1940, se le ocurrió hace 53 años, meter al pueblo vallenato en una hamaca grande, y la comparó con la inmensidad del Cerro e’ Maco, para que se meciera y cantara con música de acordeón.

Todo lo incluyó en la canción ‘La hamaca grande’, cuyo objetivo era unir a pesar de la lejanía, a esos dos pueblos donde priman las leyendas del acordeón y la gaita. Con el paso del tiempo esa hamaca nunca se rompió, ni tampoco las argollas o ‘muñequillas’ donde se cuelga. De igual manera el tejido con magníficos colores no se destiñó.

En una entrevista lograda con Adolfo Pacheco, conceptuó sobre la canción. “Ese testimonio cantado pretendía, además de unir a los dos pueblos con sus leyendas y tradiciones, hermanarnos por siempre. Siento que se logró sin ninguna intervención, sino haciendo una canción que ha recorrido el mundo, y cuya historia no me canso de contar”.

Efectivamente, ‘La hamaca grande’ se ha paseado por el mundo en las voces de Daniel Santos, Johnny Ventura, los hermanos Zuleta, Carlos Vives y Lisandro Meza, entre otros. En total, la obra tiene más de 60 versiones, siendo la primera grabada por el acordeonero Andrés Landero, el primero de junio de 1970 en la producción musical ‘Voy a la fiesta’.

Carlos Vives le grabó al juglar Adolfo Pacheco, su célebre canción ‘La hamaca grande’.

Sin más preámbulos, el juglar contó otra anécdota: “Mi querido amigo Carlos Vives hizo una presentación en Cartagena teniendo la presencia del rey Juan Carlos de España. Observé al rey cuando la estaba tarareando. No podía creer que un personaje de esa categoría se supiera mi canción. Le cuento que esa noche no dormí de la emoción”. La mencionada canción nació sin nombre. Muchos se lo ponían, pero el compositor se quedó con el sugerido por su amigo Edgardo Pereira.

Precisamente Consuelo Araujonoguera, cuando se acercaba la era del internet, señaló: “Solamente bastará con hundir un botón en sus sofisticados computadores del siglo venidero para enseñarle a un auditorio absorto y fascinado que un maestro llamado Adolfo Pacheco Anillo, puso a mecerse y a cantar en una hamaca grande al pueblo vallenato. Que de un trasteo a Barranquilla de su padre anciano acongojado por las penas y el desconsuelo, hizo un romance de amor sinigual y una alabanza certera a la vida provinciana. Y hasta metió a un gallo en una canción para dar a conocer su bella estampa”.

CANCIÓN PARA ADOLFO

Una de las más grandes alegrías del maestro Adolfo Pacheco, fue cuando su paisano, el también compositor Jaime Alberto Romero Janacet, conocido como Jimmy, le regaló una canción donde lo pintó en toda su dimensión. El canto se inicia con una carga de melodía alegre y en sus primeros versos destaca su sencillez, su talento ubicándolo en esa franja de tierra donde las alegrías tienen forma de mujer, flores, paisajes y animales.

Él, es un hombre sencillo siempre expresa su talento
le canto a Adolfo Pacheco le canto a Pacheco Anillo,
un compositor que hizo un mundo de melodías
le cantó a la tierra mía y también a sus amores
como el colibrí a las flores en los montes de María.

El maestro Adolfo Pacheco con el autor de la canción en su honor Jaime Alberto Romero.

Ahondando aún más en su hoja de vida, lo definió como el gallo fino y en el hombre que era como un verso de enero donde las esperanzas las arropa el año nuevo desde aquella tierra llena de gaitas, cuyos sonidos los acompaña el viento seco de los veranos eternos.

Jimmy, el autor de la canción en homenaje al juglar Adolfo Pacheco anotó: “Él dejó su impronta en el folclor vallenato y sabanero. La canción se la hice hace tres años y al escucharla me agradeció diciéndome que estaba bien enfocada y se parecía en los versos. La palabra gracias se queda corta ante la inmensidad de su talento”.

“FUE UN DECHADO DE VIRTUDES”: HIJO DE ADOLFO

Con el dolor a cuestas, Miguel Adolfo Pacheco Lora, en sus palabras se paseó por todo lo que significó su padre para la familia y el folclor. “Mi papá fue un dechado de virtudes y que regaló durante muchos años bellas canciones que hoy hacen parte de su gran legado. En ese camino recibió muchos homenajes que agradeció porque le estaban dando la importancia por haberle cantado a esas historias que estaban a su alrededor o hacían parte de su corazón”, contó.

En total, el maestro, según lo declaró, recibió más de 60 homenajes, citando el Festival de la Leyenda Vallenata donde fue declarado Rey Vitalicio en el año 2005; el Festival de Acordeones del Río Grande de la Magdalena de Barrancabermeja y el Primer Festival Internacional de Acordeones de Miami, Estados Unidos.

Finalmente, Miguel Adolfo Pacheco, habló de la visita que le hizo a su padre en la clínica: “Al ingresar a la habitación le tomé la mano y le dije mi nombre. Me la apretó y movió todo su cuerpo. Sabía que era yo. Me emocioné, pero también estaba triste porque como médico sabía de las complicaciones que se le estaban presentando debido al accidente. Gracias a Dios mi papá cumplió sus propósitos de vida y lo despedimos con todos los honores”.

EN ENERO PARTIÓ

La madrugada del pasado 28 de enero murió el maestro Adolfo Pacheco Anillo. No podía ser otro mes porque es el más tranquilo del año y donde las soledades acompañan los recuerdos. Precisamente el mismo mes, donde rememoró en una canción al famoso mochuelo que su paisano y amigo José Elías ‘Joche’ Anillo, le regaló para su novia.

La canción que el juglar compuso en 1962, al grabarla 23 años después Otto Serge y Rafael Ricardo, subió a lo más alto como lo hacen los mochuelos en los montes de María. Después de 82 años de vida, el mismo Adolfo Pacheco tomó el último vuelo, para ir al encuentro con Dios y darle un abrazo al viejo Miguel, quien una vez partió de su tierra en busca de consuelo, paz y tranquilidad.

Que tristeza tener que pintar en letras su gigantesco legado con la acuarela del dolor y la tristeza dando vueltas en el corazón. Adiós para siempre maestro, y gracias por, desde San Jacinto, Bolívar, decirle al mundo que el pueblo vallenato cabía en esa hamaca grande donde hoy más que nunca se mece sin descanso impulsada por el sentimiento del agradecimiento.

Por Juan Rincón Vanegas
@juanrinconv

Categories: Crónica
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