El profesor es un misionero de la ruta venerable donde la luz aviva la conciencia. El profesor siembra caminos, potencializa talentos y fomenta el proyecto ético de vida. En mi extensa experiencia laboral y cultural, he tenido la oportunidad de conocer a excelentes docentes y amigos, Orlando Cantillo Castro es uno de ellos.
Orlando nace (1950) en Ciénaga, allí crece mirando el mar, y desde niño fue un sempiterno soñador y aprendió de grandes maestros, que, “estudiar no es un deber, sino una envidiable oportunidad de aprender a conocer la liberadora influencia de la belleza en el reino del espíritu, para la alegría personal y para el provecho de la comunidad para la cual se trabaja”.
En la Universidad del Atlántico obtuvo el título de Licenciado en Filología e Idiomas y llega en 1977 a Valledupar. En su quehacer académico promueve la afición libertaria de la poesía vanguardista, los talleres de literatura y la conformación de grupos de teatro, porque él era gran actor y libretista. Con calidad ejerce el arte de la docencia, apoyado en tres facetas universales de las acciones humanas: la fe, la ética y la estética. Las clases eran con fe, tenía la certeza del conocimiento y las habilidades para que los estudiantes alcanzaran el aprendizaje significativo. Ética, responsables en las normas establecidas, respetuoso de las opiniones y de comunicación asertiva. La estética, su decencia plena, elegancia para decir las cosas. Defendía la belleza el entorno como motivación de vida y exaltaba las virtudes para promover la autoestima y la belleza espiritual. Irradiaba donosura para comentar sus anécdotas, sus reflexiones y le daba vida a la vida con apuntes de humor fino.
Yo que tuve la oportunidad de conocerlo desde marzo de 1978, cuando empecé mi experiencia docente en la sede nocturna de bachillerato comercial del Centro capacitación ‘Rosita Dávila de Cuello’ en Valledupar. Después trabajamos por muchos años en el Instpecam, de donde fue docente, coordinador académico y estuvo de rector encargado. Nuestra amistad se fortaleció en los caminos luminosos de la poesía y en las ideas afines por la docencia, el arte y la defensa de la dignidad de pensar y vivir lejos de la violencia. Con frecuencia coincidíamos en eventos culturales y, muchas personas que se acostumbraron a vernos cerca a veces me saludaban con su nombre y viceversa.
En un homenaje que el Instpecam en el marco de las efemérides de los 70 años le brindó al profesor Orlando Cantillo, dijo en una entrevista: “Valledupar me abrió las puertas y la vida aquí me ha dado de todo, por eso con gratitud le he correspondido a Valledupar y me siento orgullosamente vallenato”.
‘Chabela’, su adorada esposa, y los ángeles de su jardín interior, sus tres hijas: Inés, Laura y María Pía. La ausencia temprana de María Pía fue una herida insuperable en el alma. El 30 de agosto, el distinguido maestro de inteligencia universal se quedó dormido para siempre; a sus familiares y amigos nos queda la grandeza infinita de sus recuerdos que hacen menos triste el dolor de su partida. ///