Por Rodrigo López Barros
¿Qué quieren decir los analistas de la cosa pública cuando emplean esa expresión? Si quisiéramos ser sinceros, tendríamos que confesar que ella es un eufemismo que se usa para ocultar una verdad dramática y que de todos modos se quiere conservar en una especie de limbo.
Dicen, por ejemplo, Colombia tiene fallas estructurales en determinado sector de la economía. (ahí está el limbo). Lo que tenemos que admitir es que en ese sector existen unas relaciones de producción injustas, que padece una mayoría débil en beneficio de una minoría privilegiada.
La causa es la sesgada condición humana. “Unos a otros se mienten; hablan con hipocresía y doble sentido”
Siempre ha sido así, en todas partes, pero en los últimos tiempos del acontecer humano las formas de injusticias, no pocas veces claman al cielo.
¿Cómo no ver, por ejemplo, en las últimas revueltas callejeras de gran parte del pueblo colombiano reclamos justos por sus necesidades desatendidas, en términos generales por todos los gobiernos?
¿Hemos estado bien gobernados y atendidos los colombianos, por las tres ramas del poder público? Ordinariamente no. Muchos de los titulares de esos cargos, nunca han tenido verdadero empeño por la realización de condiciones de justicia de los gobernados, pues si no fuera así no tendríamos la acumulación de problemas sociales que la mayoría de los habitantes del país está padeciendo en las diferentes áreas de los servicios públicos.
Sin embargo, se observa en los burócratas de esas tres ramas del poder público un ansia abrumadora de prebendas y poderes personales, políticos y económicos. En cambio, “a los pobres y débiles se les oprime y se les hace sufrir”.
¿Por qué hemos llegado a este estado de cosas que se ve ahora como más descarado y exagerado?
Colombia es un emporio de riquezas físicas, pero quizá por eso mismo y por el rechazo sistemático sobre todo últimamente de los valores humanos cimentados en la cultura clásica que existió, y de los que el nuevo hombre colombiano resolvió apostatar, ha hecho que prevalezca el egocentrismo personal, familiar y de elites en perjuicio del bienestar colectivo y popular.
De verdad que uno no puede encontrar una explicación distinta a aquella según la cual debiéndose hacer el bien, sin embargo se obra el mal.
Y ese mal, no lo vence ninguna institución pública o privada, por si misma, sino un comportamiento individual de convicciones firmes y absolutamente garantizado por la palabra y el ejemplo de cada persona, que poco a poco, una tras otra, vaya impregnando la vida de hogar con las virtudes ciudadanas que terminen por fermentar para bien a toda la sociedad.
Es un compromiso sumamente serio, cuyos buenos resultados no se verían sino mucho más adelante, debiéndose comenzar por una excelente educación y formación tempranas de la niñez. Eso que muchos hogares y colegios y universidades de ahora no están haciendo.