“Todo en la vida tiene un principio y un final. Si hoy te toca llorar, mañana estás alegre; nadie puede cantar, cuando el alma le duele”.
Esta es parte de una canción del insigne compositor de patillal Edilberto Daza que interpreta el mago de la melodía y el arte de cantar, Diomedes Díaz, que ya no está; esto dice mucho y nos permite reflexionar de manera significativa, sobre esta frase: “El principio y el fin”
La historia nos muestra muchos principios, de igual forma nos marca un final para cada cosa, para cada imperio, para cada vida.
Nació Jesucristo por concepción divina, murió crucificado por salvar al mundo.
“Son muchos los imperios que a lo largo de la historia han dejado su impronta en la humanidad, muy especialmente en la antigüedad. Por las armas o por casamientos, por acuerdos comerciales o por alianzas… El caso es que distintas naciones o pueblos han crecido más allá de sus fronteras para implantar su cultura y poder político, social, económico o lingüístico”.
“El primero que nos suele venir a la cabeza es el Imperio Romano, que durante siglos dominó buena parte de Europa, Oriente próximo y el norte de África y que dejó una lengua, el latín, y una cultura aún hoy presente. Sin embargo, no fue el más importante, ni el más grande ni el más poblado, aunque quizás sí el que más huella ha dejado”. Se acabó.
Nacieron y murieron grandes personalidades que marcaron una pauta importante en el mundo: El Rey Pelé, Leonardo da Vinci, Ludwig van Beethoven, Miguel de Cervantes Saavedra, William Shakespeare, ‘el gran escritor inglés de la literatura universal que también destaca entre los mejores autores de poesía de la historia’; Maradona, Fidel Castro; Gabriel García Márquez y muchas más personalidades que sembraron, cosecharon y ya no están. La historia así lo dice.
Hoy me permito reconocerles, de verdad, que se siente el fin de esta época de la humanidad; y esto lo siento con miedo, con angustia, con desesperanza. Aunque es normal que pase.
Les voy a dar dos razones, mis razones, pueden ser muchas más; la primera es que perdimos todo fundamento de respeto y consideración por la humanidad misma; las normas y principios son transgredidos; los valores, eso es cosa de subvaloración. ¿A quién le interesa respetar?
La vida vale menos que lo que puede costar un celular, el valor de la palabra se perdió, con notaría o sin ella. La palabra sola, es cosa de tontos.
Es fácil mentir, tomar atajos para llegar primero y lucrarnos más, la ley del más fuerte o la ley del talión, tan sencilla como el que la hace la paga, sin importar autoridad, elemental mi querido Watson.
Lo segundo, que por principio sería lo primero, es que todo empieza y todo acaba. Natural.
Y todo, infortunadamente se está acabando. Lo natural agoniza: se secan los ríos, se acaban los nevados, se deshielan los polos, el sol calienta cada día más, morimos de calor y en ocasiones de frío.
Se acaban las especies de las cuales proveemos los alimentos, no hay agua potable suficiente y seguimos atentando contra lo natural; macho con macho da calor, y tuerca con tuerca no funciona. Pero esto ahora es tan natural y bien visto.
Tiene más reversa un avión en el aire que el fin que nos cobija. Dios se apiade de las generaciones que vienen. Sólo Eso.
Por Eduardo Santos Ortega Vergara