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El primer motor inmóvil de Aristóteles

El primer motor inmóvil de Aristóteles fue una brillante intuición suya de una realidad, aunque no inmóvil, según pensaba él, sino, móvil, como evidentemente es el universo, que tuvo el filósofo a mediados del siglo IV a. C. Es un motor que existía antes que él y que sigue existiendo, porque es un motor eterno. Los filósofos griegos creían que el mundo había existido siempre y probablemente tenían razón, por lo menos no hay pruebas en contrario.

Los filósofos, psicólogos, poetas, literatos, decían y dicen cosas, y los artistas hacían y hacen cosas, que ellos ven con sus ingeniosas neuronas cerebrales y que la humanidad sólo aprehende posteriormente, cuando la ciencia experimental ratifica su veracidad.

¿No pensarían ustedes, por ejemplo, que el primer motor inmóvil de Aristóteles, con la salvedad ya anotada, y que siempre ha funcionado con energía limpia, es exactamente la ley de la fuerza gravitatoria universal, la que, justamente, mantiene en vilo el universo, y cuya experimentación, salto cualitativo de la especulación a la realidad, fue realizada por el científico inglés nacido hacia mediados del siglo XVII, Isaac Newton?

¿Sin separarnos de Aristóteles, que tal sus lúcidas especulaciones, como todas las suyas, sobre el intelecto pasivo y el intelecto activo? Nos enseña que el intelecto pasivo es aquella facultad de nuestra mente que percibe sensorialmente los objetos del mundo, los cuales son acogidos por el intelecto activo, otra facultad que tiene la inteligencia humana, para elaborarlos, discernirlos, hacer juicios y abstraer la esencia de las cuestiones analizadas.

El pensamiento abstracto, propio del ejercicio filosófico, suele funcionar como un precursor de algunas comprobaciones científicas posteriores. Hoy día se sabe, por ejemplo, que las neurociencias están en capacidad de reconocer que las operaciones mentales que conducen a la elaboración de conceptos, derivan del funcionamiento de la asociación de neuronas cerebrales especializadas.

Otra especulación trascendental para la ciencia física fue la del imaginativo polímita, el alejandrino griego, Claudio Ptolomeo a mediados del siglo II d.C, a quien se le ocurrió y propuso, que el universo es un conjunto de cuerpos que giran alrededor de la tierra, un sistema geocéntrico; ahora llamado ptolemaico, en honor suyo.  De todo cuanto la historia recuerda de Ptolomeo, nos queda también su afirmación, según la cual, el hombre es el ser más importante del universo.

De las especulaciones de Ptolomeo quedó el interés por la búsqueda de la verdad al respecto y aunque ya había habido balbuceos en la antigüedad griega, por ejemplo, Aristarco de la isla de Samos, había propuesto el sistema heliocéntrico, el cambio definitivo de pensamiento, comenzó en el Renacimiento. Algo que pudiéramos llamar, la revolución de los monjes. Fue el canónigo polaco Nicolás Copérnico, quien pasó de la mera intuición del sistema giratorio de los astros a la realidad, alrededor del sol, el cual fue confirmado por sus colegas italianos, Giordano Bruno y luego, Galileo Galilei, a comienzos del siglo XVII con el uso de sus telescopios, observando las lunas de algunos planetas orbitando alrededor del sol, coincidiendo con las observaciones del luterano alemán, Juan Jeppler.

Por Rodrigo López Barros.

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