Por José Atuesta Mindiola
En el corregimiento de Mariangola, cuatro mujeres hacen historia en el ámbito comercial. A comienzo de 1940, llega de Valledupar Juana Ochoa Campo y a orilla de la recién construida carretera nacional, pone la primera tienda y un salón de baile donde se celebraron las primeras verbenas del Santo Cristo. En los años de 1960, Dilia Gutiérrez llega con su esposo Manuel De la Rosa, visionario comerciante y progresista, en una esquina de la plaza principal instalan una tienda, en ese momento la mejor del pueblo por la variedad de productos y las amables atenciones con los clientes. Vencida por la edad Juana Ochoa termina la tienda y su tradición comerciante la retoma su hija, Telesila Díaz de Rodríguez, construye un nuevo local y organiza la miscelánea San Martín, con su respectivo salón de baile.
Antes de comenzar 1970, llegó María Díaz, nativa de El Copey, y su esposo Ovidio Cardona, hombre de pujanza antioqueña, y ponen al servicio la tienda El Portal, que era más que una miscelánea: ofrecen víveres, ropas, medicinas y los servicios de heladería, una sala de cine, un salón de baile y de la primera emisora local y directa “La voz de la Sabana”, que se escuchaba sin radio.
Por más de 30 años, la tienda El Portal fue la de mayor movimiento con su figura estelar, María de Cardona: una líder social que vio en el comercio una forma de ganarse la vida y de servir a la comunidad. Apoyaba los eventos culturales, cívicos, deportivos y religiosos. En todo lo que significaba beneficio para la comunidad, ahí estaba su presencia bondadosa. Su casa era una especie de club: se desarrollaban reuniones cívicas, ceremonias de grados y fiestas de cumpleaños. En la puerta del salón de baile creció una bonga frondosa que servía de tribuna a los políticos.
María era una mujer cristiana, desprendida del dinero y con una gran vocación de servicio. Todos los que por circunstancias personales o laborales, acudimos a ella, siempre encontramos una respuesta positiva. Quien necesitaba dinero para completar la matrícula de la universidad, quién necesitaba para comprar una fórmula médica o en calamidades extremas alguien le falta un ataúd para enterrar a un familiar, no dudaba en buscarla.
Mariangola siempre la recordará como una dama que irradiaba decencia, respeto y servicio. Como mujer caribeña, amaba la fiesta, en la puerta de esta iglesia después de la santa misa, solía bailar al son de la música de viento con sus amigas, entre ellas, Beliza García y Libia Castañeda.
El pasado 24 de julio, en Medellín, la ciudad de la eterna primavera, la sorprendió la muerte. Físicamente no está con nosotros, pero sus recuerdos se sienten como fresca cicatriz en la memoria; porque cuando en el alma los sentimientos tejen los colores del amor y la amistad, nunca existe el olvido. Hay en el corazón un lugar sagrado para recordarla por sus buenas acciones, y al ver a sus cuatro, distinguidos profesionales, sentimos la prolongación de su espíritu bondadoso. Paz en su tumba.