El mensaje de los símbolos es milenario, ha trascendido por varias de generaciones y hablan por sí solos; cuando a alguien le dicen: “no te dijeron perro pero te enseñaron el tramojo”, en forma patética pero figurada, te están ofendiendo. La parte del lenguaje que los estudia se llama semiótica. Desde la antigüedad, la vara es símbolo de poder: “tu vara y tu cayado me infundirán aliento”, dice un salmo. La vara de Moisés descrita en la mitología hebrea, le daba poderes para sacar agua de las rocas y para intimidar al faraón (¿Ransés II?).
Para los romanos la vara era poder y nuestras culturas así lo toman; los altos prelados y militares de alta graduación también la ostentan; los policías, en varias partes del mundo, llevan una vara llamada bolillo que les empodera autoridad. Igual los griegos, p.ej., la vara de Asclepio (Esculapio para los romanos), enrollada por una culebra, conocida erróneamente como caduceo o vara de Hermes (este contenía dos culebras y un par de alas encima y era el símbolo del comercio y de la economía).
La vara de Asclepio tiene dos símbolos: la propia vara que es el poder y la culebra que es la vida, increíble. Cuenta la mitología griega que Hipócrates, sacerdote del dios Asclepio fue a atender a una mujer de Apolo, asesinada por su cuñada Artemisa y al llegar encontró muerta, también, una culebra. De pronto llegó otra culebra, tomó la hoja de una planta y se la puso en la boca a su congénere muerta la cual vivió al instante; Hipócrates hizo lo mismo con la mujer de Apolo la cual revivió. Por eso a la culebra se le atribuía el poder de la vida que, ya en el Paraíso, había catalizado la reproducción humana.
¿Pero, por qué este rodeo mitológico para atender una realidad presente? Bueno, el mensaje de los símbolos se mantiene aunque deformado y hay que darles su lectura; hoy pueden ser símbolo de la opresión y de la muerte. Después que el gobierno pidió excusas por el asesinato de Javier Ordóñez en manos de la Policía, el presidente Duque se dirigió a un CAI vestido de policía a enaltecerlos por su labor cumplida. El mensaje es funesto como el de la pareja infiel que luego le da serenata a su cónyuge.
Muchos mandatarios sienten la tentación de vestir prendas militares para subliminar una frustración profesional que lleva por dentro el germen del dictador. Stalin no fue militar y solía vestirse así; Daniel Ortega en Nicaragua lo hace, igual Maduro; Chávez lo hacía pero él fue coronel del ejército y sentía nostalgias por su uniforme; recuerdo que Vargas Lleras, cuando hacía su curso para militar de la reserva, le gustaba posar como tal. Parece que este uniforme reviste a la persona de más poder del que ostenta pero puede ser un símbolo de debilidad.
Es preocupante lo que pasa con estos símbolos, una mujer en el Cauca y un hombre en Cartagena mueren acribillados por tropas; la fuerza pública está tomando muy en serio estos símbolos prehistóricos. ¿Tendrán órdenes o habrá consentimiento? ¿Se vestirá Duque de soldado para brindar nuevas excusas? Creo que la doctrina de los “muertos buenos” está en plena vigencia. Infortunadamente, Hipócrates se llevó a la tumba el nombre del elixir de la vida. Mientras tanto, que sigan los muertos irredentos.