Mientras nuestra sociedades apelan cada día más al individualismo que les proyecta la postmodernidad, siendo participes de esa enorme tendencia a querer ser únicos y exclusivos, el lenguaje sigue manteniéndose desde los orígenes de la humanidad como una herramienta que nos mantiene unidos a la condición humana. Me refiero al lenguaje como hecho social y universal que va mucho más allá de la convención, de la formalidad, de códigos o reglas, ese lenguaje que se constituye en un saber, en pensamiento en una facultad netamente humana que universalmente nos fusiona sin importar la lengua en la que queramos expresarnos.
Cualquier habitante del mundo sabe que el agua alimenta a plantas y seres humanos, que sirve para asearnos y para mantener al planeta con vida. En cualquier parte del planeta se tiene el mismo concepto de agua. Ese saber universal es posible gracias al lenguaje, no importa si en Francia le llaman al agua Eau; en Alemania Waser; en Estados Unidos Water; o en nuestro mundo español Agua. Lo verdaderamente importante es que el lenguaje nos permite interactuar más allá de lo verbal; de allí que cuando las cosas carecen de nombre para nosotros, podamos mencionarlas incluso señalándolas con el dedo.
El lenguaje ha estado asociado al amor, al poder, al perdón, a la magia, a la guerra y a la paz. Los grandes enamoradores de la humanidad han tenido el poder de la seducción en su manera de usar el lenguaje, por eso se convirtieron en poetas desde cuyos versos consiguieron una inigualable manera de perturbar a las mujeres a través del encantamiento de la palabra.
Cherezade pudo obtener el perdón del rey que buscaba amantes y luego de que le contaran sus historias y se acostaran con él terminaba por asesinarlas. Hábilmente la mujer de las mil y una noches apeló al lenguaje y noche tras noche le contaba historias interminables a su rey para cautivarlo, hasta que logró enamorarlo y con ello obtener el perdón de su vida.
El lenguaje es cada día más poderoso, pero nuestros escritores se van y su muerte deja un silencio enorme. Hace un año, Gabo partió en uno de los vagones del tren que nos conduce a la eternidad, así como se marcharon hace poco el gran escritor uruguayo Eduardo Galeano y el premio nobel alemán Günter Grass. Cada día los escritores y hacedores de la palabra se nos fugan hacia otros lugares, pero nos dejan sus recuerdos, sus nostalgias y su inigualable manera de contarnos historias que hoy los han convertido en colosos universales de las letras; en dominadores del lenguaje, del entretenimiento y de la palabra que encanta, que funde y propone nuevas formas de percibir el mundo.
@Oscararizadaza