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El poder de la narrativa

La estigmatización y el desprestigio son un recurso fácil en la confrontación política, cuando desborda el ámbito de las ideas y cae a los círculos del poder al servicio de protervos intereses.

Escribiendo estas líneas me entero de que la Corte Suprema, tras negar la nulidad de la investigación contra Álvaro Uribe por la profusión de pruebas viciadas, lo llamó a indagatoria; un caso emblemático de “la narrativa” estigmatizante utilizada como arma política.

Las acusaciones contra Uribe surgen de la narrativa que sus adversarios han construido alrededor de sus ejecutorias y su realidad misma. Como ejemplos: Seguridad Democrática = guerrerista; ganadero = terrateniente y paramilitar.
Muchas de esas narrativas han derivado en causas judiciales por cuenta de enemigos de oficio, como la izquierda; de adversarios políticos, como el “santismo”, y de columnistas sesgados y obsesivos, como…
Es la receta aplicada a ministros y funcionarios del gobierno Uribe, y a miembros del CD: narrativa que lleva a causa judicial; causa que llega a condena y verdad judicial; verdad judicial convertida en historia oficial.
Empezamos en narrativas estigmatizantes; terminamos en “la historia” incontrovertible.

Las negociaciones con las Farc incorporaron elementos para que su narrativa se convirtiera también en historia oficial. Me pregunto por la verdad que pueda contar la Comisión, o la historia a partir de la verdad judicial de la JEP, frente a la realidad de criminalidad de las Farc.

Quienes fuimos reseñados como “enemigos de la paz”, además de persecución institucional, como el caso de FEDEGÁN, y de persecución judicial, hemos sido objeto de la narrativa estigmatizante, ensañada contra el CD con dos objetivos: bloquear la gobernabilidad de Duque y tender cortinas de humo frente a la corrupción.

Es una estrategia apuntalada por Santos y sus alfiles en los últimos meses. El 10 de agosto, en El País de Madrid, Santos, el estigmatizador de medio país, afirma con cinismo que “Asesinar la reputación y la credibilidad de sus enemigos ha sido una táctica de la extrema derecha”.
Tres días después, en el mismo diario se califica al uribismo como “una minoría radical que amenaza las instituciones y la democracia misma en el país suramericano”.

En febrero, De la Calle lanza “Revelaciones al final de una guerra”, y en marzo, Santos compila su narrativa en “La batalla por la paz”. En junio, León Valencia ataca a Duque y al CD en “El regreso del uribismo”, y, en agosto, Cristo y Rivera lo hacen en “Disparos a la paz”, con evidente intención detractora.

Se sigue construyendo una narrativa contra el Centro Democrático, que debemos contrarrestar mediante un ejercicio asertivo que difunda nuestros principios y posiciones frente a la realidad nacional, y denuncie los atropellos contra el CD y sus miembros.

Es nuestra responsabilidad con el futuro, para que las falsas narrativas no se conviertan en “la historia” oficial.

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