Ya no es tiempo de lamentarse de las catástrofes ecológicas. Tampoco de imaginar que el desarrollo de las tecnologías bastaría para remediarlas. El arranque salvador solo puede venir de una transformación radical de nuestras relaciones con el hombre, con lo demás seres vivos y con la naturaleza.
El problema ecológico no sólo nos concierne en nuestras relaciones con la naturaleza, sino también en nuestra relación con nosotros mismos.
La ecología como disciplina científica se creó a finales del siglo XIX con el biólogo alemán Ernst H. Haeckel; y, en 1935, con Tansley, apareció el “ecosistema” noción central que distinguió el tipo de objeto de esta ciencia de la mayor parte de los restantes ámbitos de investigación.
En 1969 tuvo lugar en California una unión entre la ecología científica y la toma de conciencia de las degradaciones del medio natural, no sólo locales (lagos, ríos y ciudades) sino en lo sucesivo globales (océano, planeta), que afectan a la alimentación, los recursos, la salud y el psiquismo de los seres humanos. Se obró así el paso de la ciencia ecológica a la conciencia ecológica.
Además se produjo la unión entre la conciencia ecológica y una versión moderna del sentimiento romántico de la naturaleza que se había desarrollado, principalmente en la juventud, en el transcurso de la década de 1960. Este sentimiento halló en el mensaje ecológico una justificación racional. Hasta entonces, todo retorno a la naturaleza se había percibido, en la historia occidental moderna, como irracional, utópico y en contradicción con las evoluciones progresivas. De hecho, la aspiración a la naturaleza no expresa únicamente el mito de un pasado natural perdido, expresa también necesidades de los seres que se sienten vejados, atormentados, oprimidos en un mundo artificial y abstracto. La reivindicación de la naturaleza es una de las reivindicaciones más personales y más profundas, que nace y se desarrolla en los medios urbanos cada vez más tecnificados, burocratizados, cronometrados e industrializados. Han sido precisas la ciencia y la conciencia ecológicas para que se descubra su racionalidad.
En los años 1969 – 1972, la conciencia ecológica suscita una profecía de tintes apocalípticos. Anuncia que el crecimiento industrial conduce a un desastre irreversible, no sólo para el conjunto del medio natural sino también para la humanidad. Hay que considerar histórico el año 1972, año del informe Meadows (praderas) encargado por el Club de Roma, que sitúa el problema en su dimensión planetaria. Ciertamente sus métodos de cálculos eran simplistas, pero se trataba de una primera tentativa de comprender conjuntamente el devenir humano y el biológico a escala planetaria. Análogamente, los primeros mapas geográficos establecidos en la Edad Media por los navegantes árabes contenían enormes errores en la situación y la dimensión de los continentes, pero constituyeron el primer esfuerzo por concebir el mundo.