Qué triste no celebrar las alegrías de los otros: algo muy grave deben llevar dentro de sí quienes así viven y hasta se gozan ante el fracaso de los demás. Estas palabras exhortan a luchar contra esa realidad interior que carcome al ser humano desde sus orígenes y que sigue vigente a lo largo de los siglos, esa que suscitó el primer homicidio de la historia, siendo al tiempo un fratricidio, me refiero a la envidia y dicho crimen fue el asesinato de Caín a Abel. (Cf. Gn 4,1-16). Han terminado dos grandes torneos deportivos, Copa América y Eurocopa, cuyo fin más allá de competir es propiciar la sana integración entre los pueblos, dejando finalmente a algunos en lugares o puestos de honores. Sea esta, pues, la ocasión para felicitar a Argentina e Italia con motivo de sus conquistas y hazañas deportivas. Quisiera compartir algunas reflexiones valiosas para nuestras vidas a partir de los recientes campeonatos de fútbol, respondiendo a la premisa: ¿y ahora qué sigue?
Sigue: aprender a discernir o diferenciar lo fundamental de lo secundario: las personas y nuestras relaciones son más valiosas que nuestras competencias deportivas o rivalidades en el juego. Siempre han de ser inadmisibles las conductas antideportivas, el afán de ganar no puede estar por encima del otro y su dignidad. Pero si no soy capaz de amar a los demás, por lo menos procuraré con todas mis fuerzas no hacerles daño ni denigrarlos. Triste muy triste resulta también toda manifestación de racismo tanto en la Eurocopa como en la Copa América, es nuestra tarea seguir luchando por acabar con el odio y el racismo no solo en el fútbol, sino en la humanidad misma.
Destacar los valores que demuestran la esencia de la vida y el deporte como la amistad y el respeto por el otro: “El amigo fiel es seguro refugio, el que le encuentra, ha encontrado un tesoro” (Eclesiástico 6,14). Ese vínculo sincero se vio entre Neymar y Messi, después del partido. Así dijo el brasileño a su vencedor, pero sobre todo a su amigo: “Me has ganado. Odio la pérdida, pero disfruta de tu título hermano. El fútbol te estaba esperando para este momento”.
Ser grande en la derrota y humildad en la victoria para no herir a los demás ni por aires de superioridad ni por la frustración de la pérdida. No se puede dar más valor de lo que es en realidad, se trata de un juego, un certamen realizado para exaltar valores humanos para el que cada uno se ha preparado de forma integral, es decir, física y psicológicamente.
Crecer en humanidad, porque es la esencia del deporte, especialmente del fútbol, cuando se viven con integridad los principios, valores y compromisos humanos que este promueve. El ser excelente deportista debe estar ligado a ser una excelente persona. Antes de ser profesionales, somos seres humanos.
Comprender que la vida no es una competencia, en la que cada uno vive día a día intentado derrotar a los demás o demostrar a los otros que es mejor y el otro peor. Asumida la vida desde esta óptica al final produce consecuencias nefastas y siempre erradas.
Finalmente, como diría el sacerdote argentino JL. Reinaudo: “Cuando termina la partida, tanto el rey como el peón van a la misma caja. ¿Qué sigue de la copa? ¿Quién la gana? Gana el que perdona, el que ama y celebra con otros. El que entiende que la vida va un poco más allá de la pelota. En la cancha se muestran los dientes, en el vestuario el corazón”. Recordemos pues que la vida sigue su curso inexorable, no se detiene ni termina ante la derrota. Tampoco se hace mejor por los triunfos obtenidos si estos no ayudan a respetar a los demás en su dignidad y promover su integridad.