La buena práctica de la gestión pública obedece a dos conceptos, los cuales, muchas veces, son manipulados habilidosamente por quienes más los violan, convenciendo al gran colectivo de que lo importante es el impacto visual y no la solución a las carencias básicas que la misión debe resolver, o el costo que ésta haya gastado para lograrlo.
Cuando la confusión se logra, como vemos que hoy lo ha hecho el gobierno departamental, asistimos al deplorable espectáculo de ver a las víctimas aplaudiendo a los victimarios, a los humillados implorando, de rodillas, a los dictadores, sin interesar que son las regalías de todos las utilizadas para recrear caprichos estéticos y no para realmente solucionar la problemática fundamental en nuestros territorios.
Me refiero a la eficacia y la eficiencia administrativa, entendiéndose básicamente la eficacia como la capacidad de alcanzar un objetivo y eficiencia a la optimización de recursos para lograr esos fines: hacer más con menos.
Pero ya eso lo hemos dicho muchas veces y, aunque nunca será suficiente lo expresado cuando las conductas cuasi administrativas siguen siendo las mismas, sí quiero dejar esa discusión para otro capítulo y dedicarme a llamar la atención sobre lo que debe ser el comportamiento comunitario frente a las obras. Aún con todos los yerros de planificación y presupuestales, estas deben ser cuidadas por todos.
Los organismos de control del Estado se encargarán de las, hasta hoy, sordas denuncias.
Caso Parque de la Vida, un espacio recreativo que en Valledupar se ha convertido en lugar de obligada visita por lo llamativo de sus espacios y los pocos sitios turísticos con que contamos en la ciudad, en el que propios y extraños podemos compartir momentos de esparcimiento y actividad física a bajo costo.
Ahora también como sitio de encuentro cultural, en el que se respiran vivencias folclóricas en viva voz de nuestros compositores, como reconocimiento a quienes con melodías y letras llenaron el horizonte vallenato de poesía cantada, estableciendo las armonías musicales de caja, acordeones y guacharacas como nuestra mayor riqueza.
Entonces el llamado a cuidar el parque es para toda la comunidad vallenata, defendiendo, de cuestionables actos vandálicos, los elementos allí instalados, en muestras de civilidad y cultura ciudadana, capaz de romper el viejo paradigma de que lo público no tenía dueños y, por eso, lo dañábamos, por el de lo público es de todos y por eso todos debemos cuidarlo.
Esta era la intervención urbanística que necesitaba el antiguo lote de la zona de carreteras, entregado al municipio para la construcción de una gran glorieta que volvería amigable la zona hospitalaria, el cual naufragó en un capricho que además de su exagerado costo, mala ubicación, feo, mal planificado, intrascendente para vida de nuestros juglares, amenaza para la movilidad de la zona, etc., etc., etc., va a ser insostenible económicamente.
La asistencia masiva al Parque de la Vida confirma su impacto positivo en la comunidad, ahí radica la legitimidad que defiende del vandalismo las obras públicas. Ojalá se devolviera el tiempo y pidiéramos tumbar lo ya leonínamente construido, para brindarle a la ciudad otro gran espacio amigable con el deporte, la recreación, el ambiente y la cultura. Fuerte abrazo.
Por ANTONIO MARÍA ARAÚJO CALDERÓN.