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El parentesco espiritual

Parentesco – cualidad de pariente,- está formada a partir de la palabra pariente y el sufijo “esco” que indica relación de pertenencia. Viene del latín “parens” (padre o madre). El profesor Ramón Meza Barros define el parentesco como la relación de familia que existe entre dos personas, porque parentesco viene de “par”, cuando se quiere determinar el parentesco del tío con su sobrino, intervienen dos, tío y sobrino, asimismo, cuando se quiere establecer el parentesco entre el abuelo y su nieto, también intervienen dos, abuelo y nieto.

El parentesco de consanguinidad, el de afinidad y el adoptivo, son las formas de parentesco que contempla actualmente nuestro ordenamiento civil. No obstante, existe también el parentesco espiritual, definido como aquel que proviene de los sacramentos. Ejemplo: el que nace con ocasión del bautizo: padrino y ahijado, y compadre y comadre. Este parentesco, no genera inhabilidades de tipo legal.

En asuntos de Fe, el tema reviste la mayor importancia, pues se constituye en la médula espinal del cristianismo. Justamente el evangelio de hoy lunes -Mateo 12, 46-50-, relata que Jesús se hallaba todavía predicando a la muchedumbre, cuando en eso, se presentaron fuera su madre y sus hermanos, trataban de hablar con él, alguien le dijo: -¡Oye! ahí fuera están tu madre y tus hermanos que desean hablarte-. Pero el respondió al que se lo decía: -¿Quién es mi madre y quienes son mis hermanos?- Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: “Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”. Se aprecia claramente en este pasaje bíblico, que la intención de Jesús, lejos de desdeñar de sus parientes, fue la de establecer un nuevo orden, que rompe el esquema biológico tradicional, y crear una nueva hermandad, un vínculo espiritual que va más allá de los lazos de consanguinidad, y que se fundamenta en que todos somos hijos del Padre celestial, un Padre celestial al que debemos tratar como eso, como un verdadero padre, pues tanto nos amó, que dio a su Hijo, el unigénito, para que todo el que crea en él no se pierda sino que tenga vida eterna –Juan 3,16-.

Sintámonos pues, como verdaderos hijos del Altísimo, y actuemos siempre según su voluntad, pues acordémonos que su yugo es suave y su carga ligera -Mateo 11, 30-. Él, no nos pone pruebas que no seamos capaces de soportar, pues sabe de nuestra fragilidad.

Por: Dario Arregoces -darioarregoces@hotmail.com

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