Que el Papa Francisco conmueve e inspira a millones –inclusive a no católicos y hasta a escépticos- es bien sabido. El Sumo Pontífice es, sin duda alguna, un genuino agente de paz y reconciliación. Su auténtico liderazgo es incuestionable. Por su desempeño se atribuye al Papado un auge de relevancia política y espiritual, calidades de las que esa institución venía careciendo en los últimos años.
Pero sin recaer en el fundamentalismo, más allá de la sotana y el báculo que le invisten de poderes de jefe de Estado y máximo jerarca de la Iglesia Católica, hay un hombre cuya labor humanitaria es de resaltar. El Papa se ha caracterizado por su discurso natural y desprovisto de frases ampulosas, que en cuatro años ha venido declamando en defensa de los que no tienen voz, de los marginados, de los refugiados y los inmigrantes; de los homosexuales (apoyo sin precedentes de parte de una figura católica de su importancia); de los pobres del mundo y de la juventud: en quienes despierta una palpable euforia, en cualquier latitud del mundo.
Francisco ha tenido la gallardía de cuestionar a la facción conservadora y ortodoxa de la Iglesia y también a las clases políticas dirigentes del mundo. Ha instado a la humanidad a vivir humildemente y a no dejarse conducir por la ostentación. El ejemplo, como lo ha expresado en innumerables alocuciones, es el mejor maestro, y él lo ha sabido edificar: en varias ocasiones se le ha visto compartir su mesa con los mendigos que deambulan por la ciudad de Roma.
En pro de la paz de una región tan golpeada por el conflicto, como lo es el Medio Oriente, ha manifestado su voluntad de servir de conciliador entre israelíes y palestinos. Además, como pocos líderes mundiales, ha abordado el tan polemizado tema del cambio climático, solicitando a su audiencia proteger el planeta y los recursos naturales. Ni hablar de los motivos altruistas de su reciente visita a Irak (que, por cierto, se ha calificado como histórica) donde la población cristiana sufrió una dramática reducción: según medios como la BBC, se estima que desde la invasión de EE.UU. (1993) hasta 2019, pasó de más de 1,5 millones de cristianos a solo 250.000.
Estas son algunas de las cualidades que hacen de Francisco, un pontífice excepcional. Sus nobles gestos despojan a la figura del Papa de su aparente semidivinidad. Por su tacto y su sensibilidad, su palabra es un aliciente especial para las gentes del mundo y como muestra, las multitudes, sin distinción de credo, lo reciben con suma aprobación adondequiera que llega.
¡Que las reflexiones que diariamente predica calen en cada uno de nuestros corazones, especialmente en esta época de Semana Santa, tiempo de espiritualidad, reflexión y autoevaluación!
Por: Natalia Estrada