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El pan y el hambre

Por: Valerio Mejía

“Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas”.  Romanos 11:36
Ya llegó diciembre con su ventolera, tiempo para compartir, época de celebraciones, banquetes y comidas. Dios creó el pan y también el hambre y la sed, nos creó con la necesidad de comida y agua.  
Jesús se valió de esas básicas necesidades del ser humano para decir: “Yo soy el pan de vida” y “el que cree en mí, no tendrá sed jamás”. Esto quiere decir que el pan magnifica a Cristo en dos sentidos: cuando lo comemos con gratitud por su bondad, y cuando nos abstenemos de hacerlo por sentir más hambre de Dios. Así que tanto el comer como el ayunar forman parte de la adoración. Ambas cosas exaltan a Cristo porque ambos hacen que el corazón se eleve en gratitud y deseo hacia el dador.
Por supuesto, cada acto tiene su lugar correcto, y cada uno reviste su propio peligro. El peligro de comer es que nos enamoremos del don y la oportunidad; y el peligro de ayunar es que minimicemos el don y nos gloriemos en nuestra capacidad y fuerza de voluntad.
Amados amigos lectores, se da por sentado que en estas festividades de Navidad y año nuevo, disfrutaremos de muchos banquetes y comidas, por eso hoy quiero invitarte respetuosamente a dos cosas: Primera, que compartas tu pan con el hambriento, siendo generoso y solidario con alguien que no tiene. Y segundo, que tomes la oportunidad para hacer un ayuno de acción de gracias por todos los favores recibidos, pidiendo también la dirección de Dios para el año nuevo.
Uno de los motivos para ayunar es el de conocer lo que llevamos dentro. Al ayunar saldrá a la luz, lo veremos, y tendremos que confrontarlo rápido o bien volver a esconderlo. El ayuno nos mantiene alerta y en forma para optar por Dios. Nos fuerza a preguntarnos: ¿realmente tengo hambre de Dios? ¿Lo echo de menos, deseo conocerlo, o he empezado a contentarme con sus dones? El ayuno es una prueba para saber qué deseos nos controlan y cuáles son nuestras pasiones más profundas.
La mayoría de personas en cuyas vidas hay mucho sufrimiento interior, medican su dolor con los alimentos. Anestesian el sufrimiento con la comida. Se alivian nuestras angustias por medio de los alimentos, ellos nos aportan esa dosis de gratificación que nos ayuda a ocultar nuestra infelicidad y centrar toda nuestra atención en la hora de comer. El ayuno nos deja al descubierto a todos, junto a nuestro dolor, nuestro orgullo y nuestra ira.
Es en esos momentos cuando empezamos a descubrir cuáles son nuestros recursos espirituales, y las cosas que descubrimos sobre nuestra alma, son muy valiosas para la lucha de la fe. Particularmente en mí, extrae de los lugares oscuros de mi alma las insatisfacciones que siento, las relaciones extinguidas, las frustraciones del ministerio, los temores al fracaso, la vaciedad del tiempo mal invertido y las decisiones equivocadas. Y justo allí cuando el corazón empieza a retirarse hacia la deliciosa esperanza de cenar con los amigos o la familia, el ayuno me recuerda con calma: “Esta noche no”. ¡Es tiempo de búsqueda y dedicación a Dios!
Amigos, si aceptamos el reto del ayuno, descubriremos que la comunión con Dios es lo bastante dulce y suficiente para soportar el peso de nuestra esperanza en sus promesas. Si no aceptamos, racionalizaremos la experiencia y buscaremos asilo en la gratificación de los alimentos.
San Agustín, en “La ciudad de Dios” decía: “La mente humana no puede conocerse a sí misma excepto por medio de la prueba de la tentación, que es experimental”. En ocasiones, nos engañamos a nosotros mismos al pensar que amamos a Dios, a menos que él ponga a prueba ese presunto amor, debiendo mostrar nuestras preferencias no sólo con palabras, sino también por medio del sacrificio.
“Querido Dios, gracias por la comida y por el ayuno. Ayúdame a ser agradecido  sea que comamos o que ayunemos. Gracias. Amén”.
Recuerda: Busca al Señor con alegría en estas Navidades y Año Nuevo.
Abrazos y bendiciones.
valeriomejia@etb.net.co

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