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El padre del Panamericanismo

Con motivo de la criticada intervención del presidente Duque ante el vicepresidente Pompeo, de los Estados Unidos, resucita del olvido quien fuera el verdadero gestor del Panamericanismo.

Nos permitimos hacer el bosquejo biográfico de un personaje desconocido casi en la historia del país.

Una placa de mármol bajo los portales de una esquina de la plaza Alfonso López, de Valledupar. Dice: “En esta casa vivió Manuel Torres, prócer de la independencia y primer ministro (embajador) de la Gran Colombia en los Estados Unidos de América”.

Su nombre era Manuel de Trujillo de Torres y Góngora, sobrino de quien fuera arzobispo y virrey de Nuevo Reino de Granada, Antonio Pascual de San Pedro Alcántara Caballero y Góngora, el personaje que trancó en el Puente del Común la revuelta de los comuneros que iban a tomar a Santa Fe de Bogotá en 1778.

Este desconocido prócer nació en Priego, provincia de Córdoba, del linaje limpio de los “grandes de España”, es decir sin gota de sangre mora o judía según sus biógrafos. Al amparo de su poderoso tío, el arzobispo y virrey Caballero y Góngora, vino a Nueva Granada en 1776. De él se sabe que hablaba con fluidez inglés y francés, y que allí en Santa Fe de Bogotá, asistía a las tertulias literarias de Bruno Espinoza de los Monteros y de Antonio Nariño y Casal y otros más, para discutir las nuevas ideas del Iluminismo y las de la Revolución Francesa, lo que lo desaviene con su tío, el Virrey. Rota la cordialidad entre ellos, Manuel Torres se viene a Tenerife en la ocupación de importar pieles de reses y carnes cecina a través de los buques que partían a Europa y Estados Unidos. Cuando don Agustín de la Sierra y Mercader, juez de tierras, asentado en el Valle de Upar, supo que el sobrino del virrey estaba allí, lo convenció para que viniera a esta ciudad de los Santos Reyes de Upar y se dedicara a labores pecuarias. En aquel entonces, su tío monta su sede de gobierno en Cartagena de Indias para hacer frente a las cañoneras de los ingleses, en guerra con España, y que merodeaban por las costas caribes.

Asediado el Arzobispo – Virrey por las enfermedades en Turbaco donde mandó a construir su palacio de gobierno (que después sería la residencia del general Santa Ana, un ex presidente exiliado de México), renunció a su cargo. Moriría en el camino de Roma donde el papa Pio VI lo había investido como cardenal.

Sin la protección de su tío, Manuel Torres quedó en la mira de la retaliación de las nuevas autoridades españolas, por sus ideas republicanas, y para salvarse de ir al presidio del castillo de Chagres, en Panamá, resolvió huir a Filadelfia en 1796, donde pronto figuró en os círculos intelectuales de allí, siendo consejero y amparo de todo refugiado, y columnista de La Aurora, un periódico al servicio de los revolucionarios de Hispanoamérica.

Filadelfia, capital de los Estados Unidos para ese entonces, era el centro de actividad de los revolucionarios de las naciones del sur del continente. Allí Torres se hace indispensable en la gestión de préstamos y en la compra de armas y pertrechos para los nacientes ejércitos republicanos de Argentina, Brasil, Venezuela, México y Nueva Granada.

Alguna penuria económica debió pasar, pues los servicios secretos de España en Estados Unidos le seguían sus pasos, lo que fue causa de la confiscación de sus bienes y los de su esposa en Valle de Upar, y de su inmensa hacienda de San Carlos.

El Libertador Simón Bolívar, lo designa como embajador de la Gran Colombia en el año de 1822. Torres con tal investidura fue uno de los ideólogos de la Doctrina Monroe según sus biógrafos norteamericanos, y obtuvo el reconocimiento de la Gran Colombia como país soberano por parte del presidente de los Estados Unidos, en una audiencia especial, siendo el primer país hispanoamericano en lograrlo.

Después de ese rotundo triunfo diplomático, se retira a su casa de Hamiltonville, con la salud seriamente quebrantada a causa de las heridas recibidas en un intento de asesinato, por dos sicarios a quienes enfrentó a sable, de cuya investigación quedó comprometido Luis de Onís, embajador de España en Estados Unidos.

No mucho tiempo después, Manuel Torres falleció. Su sepelio fue un gran acontecimiento social y políticos pues hubo desfiles militares y acompañamiento del alto mundo social diplomático de los países acreditados ante ese gobierno.

Uno de sus descendientes, Rodolfo Ortega Montero en su libro Crónicas de Antier, relata los últimos momentos de este gran hombre.

“En una alcoba iluminada por candelabros de brazos, sobe una cama de ropas blancas a don Manuel Torres se le iba la vida. Consciente de su agonía cuando presintió que el momento supremo estaba cerca, pidió que lo sostuvieran de pie.

Era el elegante gesto final de un caballero con soberbia de linaje, que debía morir como había vivido”.

Fue sepultado en Filadelfia, en Santa María, una iglesia católica, donde otra placa de mármol en inglés, empotrada por el gobierno de los Estados Unidos, honra su memoria.

Descendientes de él hay familias de cuarta y quinta generación en Valledupar como son los Murgas Torres, Ortega Murgas, Ortega Montero, Dan Torres, Dan Ortega, Ortega Baute, Baute García, Baute Ospino, Baute Meza, Pavajeau Baute, Fernández Oñate, Fernández Angarita.

Por: Álvaro Castro Socarras.

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