En la familia Morón con la cual sostengo lazos afectivos muy fuertes, ¡casi que por nada!, la mamá de mis hijos, mi consentida Mercy, como todo el mundo le dice a María Mercedes, es Morón, ahí existen hermanos que en nada se parecen, son como el agua y el aceite, quienes conocieron a Víctor y a Rodrigo Medina Morón, como yo, pueden decirlo. Víctor rebelde, inconforme e idealista, fue fundador del ELN y Rodrigo se pasó la vida alegrando la de los demás, contando chistes, cantando vallenatos, echando mentiras sanas y parrandeando.
Andrés Becerra Morón y Armando Becerra Morón son hermanos de padre y madre, pero tan diferentes, el primero dedicó su vida al trabajo, sí, pero la alternó con lo mundano y con una chispa genial e inigualable para narrar vivencias, chistes y chismes en parrandas al lado de Escalona, Poncho Cotes y El Negro Calde que con Miriam Pupo fueron puntales fundamentales para la creación del Festival Vallenato.
Armando fue otra cosa, la otra cara de la moneda, que este 1º de noviembre cumplió 60 años, una larga vida, de ser un ejemplar representante de Dios al haberse ordenado como sacerdote y dedicar toda su existencia a servirle a la humanidad, a curar almas, a dar buenos consejos, a ser el conciliador de hogares acabados y reconstruirlos, de enterrar familiares, amigos y desconocidos, impartir santos oleos a moribundos, bautizar sobrinos, primos y parientes de su larga parentela en sus casas y complacer a todo el que acude a su última residencia en el bello barrio Villalba.
Ese es Armando Napoleón Becerra Morón, pero que pega más, porque es más dulce y sonoro decirle Padre Becerra, como le dice todo el mundo con mucho cariño, el cura de San Juan, donde lo adoran, el padre de Villanueva, donde lo miman, el sacerdote de su natal San Diego, donde es un rey y el Padre Becerra de Valledupar, donde lo vamos a declarar ‘Monumento Nacional’ y ciudadano emérito por todos los servicios espirituales que nos ha dado y los que todavía faltan por dispensar.
Cuando podía, porque ahora no se puede, casaba a los enamorados en un santiamén, les daba la bendición y les aconsejaba tener familia, a mis hijos los bautizó y los casó, no creo que los entierre, eso depende de los designios de Dios, ya ha enterrado a muchos, entre ellos a sus papás, Pacho Becerra y Rosa Morón, hermanos Andrés, Elda y Paulina, tíos, sobrinos, decenas de familiares y cientos de particulares.
El Padre Becerra es un tragón, y se le complace con comida buena y abundante y una vez le pedí el favor de ponerme un bautizo en Guacoche y me dijo que sí, pero que tenía que brindarle un guiso de chivo y gallina criolla, accedí e hicimos el bautizo de Jesús David y después se arrellenó en un asiento, se quitó la camisa y en franela porque hacía mucho calor, enganchó primero con la gallina criolla y después con el chivo acompañado de otro “cura” pero de exquisita pulpa verde y cuando terminó se ‘arrecostó’ debajo de un frondoso higuito, pero yo preocupado y asustado con la perpa que se metió le sugerí que nos viniéramos e hiciera su siesta en su casa con buen aire acondicionado y me dijo “me adivinaste el pensamiento, vamos”. Llegamos, se tomó dos saldefrutas y se acostó a roncar y ahí está vivito y coleando, haciendo todos los días lo que más le gusta: servir y amar al prójimo.
Padre Becerra, lo queremos mucho, Dios lo bendiga y le dé vida y uso de razón para que nos siga sirviendo de brújula en esta complicada y enredada vida.
Por José Manuel Aponte*
*Artículo publicado en 2014.