BITÁCORA
Por: Oscar Ariza Daza
Un día como hoy, hace 28 años, el mundo recibía con beneplácito la salida al mercado del primer disco compacto de música comercial, titulado “The Visitors” grabado por la agrupación sueca ABBA, no obstante que en años anteriores hubo intentos por grabar música clásica de Chopin y Bethoveen.
Con sólo 30 años de haber sido inventado en Alemania, por un Holandés y un japonés, el CD, uno de los inventos más revolucionarios de su tiempo, por su tamaño, su ligereza y su capacidad de memoria, inicia su tránsito hacia la extinción, pues ha caído en una especie de coma por su fragilidad, poca calidad y por factores como la misma evolución tecnológica que lo han dejado en desuso frente a los MP3, MP4, Ipods, las memorias USB, pero sobre todo la piratería que ha hecho que las empresas busquen mecanismos alternos para impedir que este fenómeno ilegal los lleve a la quiebra.
En las décadas de los 80 y 90 los melómanos vieron como el CD dejaba si vigencia a los tradicionales discos de vinilo y a casetes que pronto pasaron a ser piezas de museo. Desde entonces, la industria musical y la de reproductores imponen hábitos de consumo y de vida a la gente, en especial en nuestra zona Caribe, donde un equipo de sonido por cultura, se constituye en un elemento esencial para el hogar o el automóvil.
La proliferación de múltiples grupos musicales en la región y la alta demanda que hacen del vallenato una música que se consume en gran porcentaje en el mismo país donde se produce, haciéndolo único en su género, hizo que la relación con los CD cada día se estrechara por aquello de estar a la moda tecnológica y por la fuerte relación con el folclor.
A pesar que el verdadero impacto social lo tiene el trabajo del cantante, el disco compacto es un instrumento para que se profundice esa defensa de la identidad debido a sus características de fácil portabilidad en vehículos o grabadoras. Aficionados al vallenato hablan de la promoción del CD de Silvestre o Diomedes y no de su trabajo musical, muchos ganan su sustento en semáforos y lugares públicos vendiendo CD de películas, cantantes o video juegos entre otros, copiados ilegalmente, que en todo caso ponen de manifiesto la enorme importancia que representa este recurso tecnológico, que desde hace algún tiempo viene en descenso.
Pocos años después, del contexto musical, el disco compacto pasó al mundo de la informática desplazando también al diskette por tener más capacidad de almacenamiento de datos, pero sufrió el mismo arrinconamiento de su antecesor por parte de las memorias portátiles. Los fabricantes de computadores y equipos de sonido han empezado a sustituir las unidades reproductoras de CD por los puertos de conexión para USB, haciendo que nuestros aparatos sean vistos con cierta nostalgia prehistórica por aquellos que ostentan el título de ser gomosos del último grito de la tecnología.
Razón tenía Orson Well cuando se refería a que la tecnología tiene el cruel designio de producir cosas para esclavizar al hombre, luego las reemplaza por otras y lo libera para volver a esclavizarlo, lo que nos muestra que no está al servicio del hombre, sino el hombre al servicio de la tecnología.
Thomas Alva Edison, el inventor y creador del primer sistema de grabación y reproducción llamado fonógrafo o tocadiscos que ayudó a que la música también pudiera ser disfrutada y manejada por aquellas personas que carecían de habilidades para hacerla, tal vez nunca imaginó que sus principios científicos serían aplicables al desarrollo tecnológico del CD y a la explosión creativa de aquellos que los queman para venderlos en los semáforos a menor precio y calidad, como recurso para sobrevivir aunque ilegal, en forma paralela a la economía formal, que ya está inventando otras maneras de combatir la piratería, sin prever que en poco tiempo, quienes no tienen otra alternativa de subsistencia, ante la incapacidad de los gobiernos, encontrarán otra cosa que replicar para sobrevivir, cuando los discos compactos al igual que los dinosaurios hayan desparecido de la faz de la tierra.
arizadaza@hotmail.com