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El otoño y yo…

El otoño es la etapa de transición entre la plenitud de la vida y el inicio de la vejez que nos permite entender al final que el amor no es una conquista sino un estado de conciliación con la alegría, con la meditación, con la reflexión y con la verdad, que nos conduce a aprender a perdonar y en fin a despegarnos con tiempo de las cosas que verdaderamente no necesitamos, en donde dialogar es el arma más prolífica para el entendimiento mutuo.

Aunque estoy en mi otoño, trato de hacer lo más que pueda, lo que mi fortaleza corporal y espiritual me lo permitan y mi estado anímico supere.

Estoy al lado de mi familia, ese es un soplo de buena suerte y eso me reconforta, pienso en lo que aún puedo hacer y eso me abre las esperanzas futuras de vida y si el optimismo me arropa, entonces acrecientan los momentos en busca de la felicidad, camino que no se puede dejar nunca.

El aire que respiro alimenta las ilusiones y eso es prueba suficiente que el deseo por el trabajo me domina aún, lo mismo que se despiertan los sentimientos de amor y respeto por la sociedad que me rodea y se estimula el espíritu por la dirección del bien.

Aún recuerdo mi juventud y no percibo con exactitud cómo nos pasó el tiempo tan rápido, pero hoy solo miro el presente sin olvidar las enseñanzas del pasado y este me pone a pensar en el futuro incierto que nos quiere dar la mano y la oportunidad para presenciar algo más de nuestro destino. Aprovechémoslo y hagamos actos de contrición perfectos que nos ayuden a salvar los obstáculos que aún nos quedan para poder seguir siendo útiles a las necesidades de un mundo sin control que cada día requiere más de los hombres probos y nobles.

En nuestra cuarta etapa de vida necesitamos de muchos proyectos para que además de entretenernos nos ayuden y sirvan para planificar el resto de ella a través de un trabajo que nos permita saborear el tiempo libre y mantenernos en producción permanente.

Tratemos de no cumplir más años, pero si cumplir los sueños para no tener que juzgar el futuro y recordar que el comportamiento social ayuda en la esperanza de vida, pues si sacamos cuenta con la decadencia de la misma, ella nos enseña que debemos aprender a vivir lo que nos queda y nos damos cuenta que cada vez que se escala una cima tienden a decaer las fuerzas, pero se puede abrazar la libertad más fácilmente; entonces no nos dejemos sorprender porque cuando el pasado domina el optimismo empieza a aparecer la vejez, que al aumentar los años, el estado físico y emocional merma, pero la sabiduría se muestra más consolidada y entonces entendemos el porqué de las normas sociales y la necesidad de una buena educación. 

En el otoño las hojas se marchitan como símbolo de la decadencia de la vida, al igual que la vejez en las personas donde la calma interior nos permite una nueva etapa de vida y allí la melancolía y la tristeza se hacen nuestras amigas y en los estados de pobreza material nos atacan, sobre todo, cuando a las dos de la tarde aún no aparece sobre el fogón de tres piedras la olla reverberante indicando la presencia de algo para preparar, que pueda calmar el hambre ya envejecida de tanto esperar.

En el otoño se aprecia mejor el silencio por eso si se quiere vivir muchos años hay que hacerse viejo lo más rápido posible.

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Fausto Cotes: