No parece que podamos salir de esta polarización entre derecha e izquierda hermanadas por el populismo. Ahí se encuentran. Las elecciones de Brasil, no sé quién ganará la presidencia cuando escribo esto, han puesto a toda la región patas arriba, con un candidato como Bolsonaro a quien con sobrados motivos se ha comparado con Trump. La columna para El País escrita por Carlos Granés y titulada Los poetas de Bolsonaro, ha dado en la médula del asunto al comprender que las tácticas hostiles a lo que tradicionalmente entendíamos como sensibilidad democrática son hoy efectivas para conseguir los votos. Así, llegó Trump a la presidencia con un discurso visceral espontáneo que logró la identificación popular de todos los que creyeron que había alguien a quien le dolía el país más que a ningún otro. Así ha sido Bolsonaro, y así tuvimos en Colombia a Álvaro Uribe en su momento, pero no a Iván Duque, que en su camino a la presidencia optó por una postura moderada y le dejó a su muchedumbre heredada ese sentido del que hablamos.
La política se parece mucho al Facebook, o hemos caído en la trampa de Zuckerberg quien seguramente juega a los dados mientras ve como su muro crea la nueva manera de estar en el mundo. Estamos en la sociedad de las causas, de los dolores compartidos, de la extrema sensibilidad que nos produce un perro abandonado, ya lo he dicho en otras ocasiones, pero eso mismo es lo que los candidatos han entendido tan bien y ya no tienen necesidad de proponer nada, de ningún programa de gobierno, basta con encarnar la causa de dolor de patria y desesperación por regresar al paraíso perdido de la gran nación.
Regresar a los valores, regresar al gran país que hemos sido, regresar a nuestras tradiciones, regresar a la nación como si fuera al útero; qué manera de lograr votos, y de ganar, cuando justo es todo ese pasado el que nunca ha dejado que la mayoría sea lo que realmente quiere ser. En la pausa y en medio de los grandes redentores de la patria, creo que podemos darnos por bien servidos con la prudencia del presidente Duque y también con la de Petro, desde la oposición. No se trata de decir que son caballeros, eso sería una gran tontería, no hay tibieza ahí tampoco, creo que sí puede haber respeto por el país y sus gentes cada uno desde su posición. En aras de ese respeto es que a Iván Duque jamás le quedará bien hablar con las vísceras ni enfrentar como gallo fino los desacuerdos. Es en aras de ese respeto que debe trazar su agenda con una profunda responsabilidad frente a cada asunto y con la altura de la dignidad que representa, ya sea en su taller de sábado en Toribío o en el Vaticano.
Por María Angélica Pumarejo