El Neo Apocalipsis, que todo el establecimiento colombiano le mostraba todos los días y a través de todos los medios públicos y privados a los colombianos, necesitará una nueva edición corregida.
Los supuestos riesgos que le atribuían a una hipotética victoria de Gustavo Petro, el día de su posesión como presidente de la República, los dejó fuera de contexto. El decálogo de compromisos que Petro adquiere frente al país lejos de ser un manifiesto terrorista es un sincero tratado humanista para abordar los problemas de la nación, dentro de un marco razonable de viabilidades, en especial para amplios sectores de la sociedad nunca tenidos en cuenta en 200 años de vida republicana. La falsa presunción de que el mundo solo es visible desde un solo lado, esta vez fue develada por tesis alternativas que, al fin, el pueblo colombiano entendió que una mirada desde la izquierda no significa tierra arrasada y que, por el contrario, esto es lo que ha venido sucediendo bajo la óptica de la derecha sin que la gente se percatara.
Con valor enérgico y con la claridad conceptual que caracteriza a Petro, resumió las diez responsabilidades de su gobierno que previamente había expuesto durante su campaña.
Acerca de la paz: La paz verdadera es un compromiso transversal, no es posible seguir viviendo del dolor, siempre nos han dicho que hacer la guerra es la seguridad, no de los que mueren sino de los que de ella se benefician; para ellos la guerra es el mejor negocio. El derecho de los vulnerables: Nunca ha existido para estos, el dolor y el sufrimiento ajenos nunca han importado a nuestros gobernantes; hoy, casi medio país pertenece a este sector de la población.
Reivindicar a la mujer: Ubicar a la mujer en el peldaño que le corresponde en una escala de igualdad, es inaplazable; la cultura del falo debe desterrarse de nuestra institucionalidad; la igualdad de género debe ser real. Esta cultura es, quizás, la principal causa del feminicidio en Colombia, el hombre se cree amo y señor de la sociedad.
Necesidad de dialogar: A Colombia le falta mucho diálogo y no dialogar es excluir; parece que la lógica es reprimir a quiénes quieran dialogar. Ya ni las personas con diferentes miradas del mundo quieren dialogar y una sociedad que no dialogue jamás podrá ponerse de acuerdo, ni siquiera en lo trivial. En los cafés, lugares de conversaciones y de lúdica, uno ve ínsulas de grupos parciales donde todos profesan el mismo credo, son grupos cerrados donde no hay cabida para las diferencias. El sectarismo se apoderó de la sociedad.
Cercanía a los problemas: La mayoría de los problemas están en la llamada Colombia profunda pero poco o nada se los atiende; aquí siempre se gobierna para una élite muy reducida.
No se justifica que, en algunas regiones privilegiadas por su representación política, se construyan vías 4G, mientras que el 96% de las vías terciarias, las que les sirven a nuestros campesinos, estén en malas condiciones. El agua potable en la mayoría de los territorios no existe.
La inseguridad: La vida es lo primordial pero aquí esta se mide por el número de muertes producidas por el mismo Estado, gran generador de violencia.
La corrupción: La única guerra que libraría este gobierno es contra la corrupción y la desigualdad; la consigna del nuevo gobierno es recuperar todo el dinero público que se han robado.
Desarrollo económico y social: Fomentar la industria nacional y la economía popular. La banca pública debe estar, también, al servicio de los campesinos, pequeños y medianos empresarios. Las leyes que rigen los sistemas laboral, sanitario, educativo, electoral y de control fiscal deben replantearse.
Medio ambiente: Proteger la naturaleza de los predadores estatales y privados; la política antidrogas debe replantearse por ineficaz. Cumplir y desarrollar la constitución de 1991. El cambio ya se percibe, no será fácil, hacer que la decencia se vuelva costumbre requiere un periodo de asimilación.