“Nosotros lo amamos a él porque él nos amó primero”. 1 Juan 4,19.
En la vida debemos ser sostenidos por algo mucho más grande que la triste posibilidad de asegurar los resultados deseados por medio de un sistema de intercambio de favores con Dios. No creamos que mediante una serie de sacrificios podremos garantizar su respuesta y asegurar que el resultado de los esfuerzos tenga su recompensa. La motivación verdadera debe ser la profunda convicción de que Yahvé es nuestro Padre y como tal, buscará siempre lo mejor para sus hijos.
Debemos estar seguros de su amor, no es un amor condicionado sino un amor ágape, incondicional, que obra siempre a favor nuestro; este tipo de amor no guarda relación con lo que hacemos, sino con lo que él es.
En ocasiones, me encuentro con personas frustradas, porque por ningún medio logran tener un encuentro con Dios. Con desilusión confiesan buscarlo y tratan de agradarlo en todo, pero él no contesta, es como si estuviera ausente. Creo que son personas honestas, pero creen que Dios es selectivo en escoger con quien se relacionará. Creen que Dios visita solamente a unos pocos, los nutre con extraordinarias experiencias y los rodea de su favor. El resto, pareciera tener alguna peculiaridad que los descalifica de ese círculo de amistad. El resultado funesto es que se pasan gran parte del tiempo tratando de modificar sus vidas para que él se digne fijarse o llamar su atención.
En esa cosmovisión, Dios es distante e indiferente. Allí, se debe encontrar la manera de convencerlo para que tenga en cuenta al ser humano, para que le otorgue el beneficio de la duda, o le dé un poco de importancia a lo que este emprende cada día. Es como si se necesitara seducirlo para que él también responda con amor.
Tengo la firme convicción que nuestro Padre no es un Dios caprichoso ni mediático, su interés en estar cerca nuestro es mayor que todo el fervor y la pasión que nosotros podamos tener hacia él. Dios anhela participar de nuestra vida y renovar cada mañana sus misericordias sobre nosotros, conforme lo ha prometido.
Dios no necesita que nadie lo convenza para hacer esto, porque quien ha tomado la iniciativa de buscarnos ha sido él. Nosotros le pertenecemos por creación, y por compra. Fuimos creados para él, pero luego volvimos a ser comprados para él a precio de sangre por la Redención. Jesús lo manifestaba bellamente: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros…”.
Amados amigos lectores, el asunto se torna entonces, más práctico que semántico. Cambiemos nuestra óptica y veamos a Dios desde otra perspectiva. Esto implica que debemos relajarnos un poco y permitir que él nos ame. Cuando hayan cesado nuestros inútiles esfuerzos por alcanzarlo, comenzaremos a darnos cuenta de que ya hemos sido alcanzados por su amor; y que cada día, de muchas maneras, nos hace notar su multiforme gracia y su inefable y eterno amor incondicional.
Seamos como niños y dejémonos seducir con su inconmensurable amor. Aceptemos que el Cristo de la Gloria, viviente en nosotros, es el que inicia y nosotros simplemente respondemos a su amor. Dios es el amante, el seductor, el que revela la luz y las tinieblas, el que invita y propone. Así, toda nuestra aparente iniciativa no es más que una respuesta, un testimonio a su presencia y a su obra secreta al interior de nuestros corazones.
Jesús dijo: “Yo estoy a la puerta y llamó; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo”. Acéptale en tu corazón y haz un espacio para él en tu vida.
¡Respondamos a su llamado! ¡Él nos amó primero!
Abrazos y muchas bendiciones.