Raúl Bermúdez Márquez
“El día que muera este negro, quedará de luto el Valle”
Con Calixto Ochoa Campos me pasó lo que les pasa a los muchachitos de hoy seguidores de Silvestre Dangond, Peter Manjarrés o Martín Elías. Me parecía una “yuca”, calificativo que le dan esos mismos jóvenes a la música de Jorge Oñate y los hermanos López, los hermanos Zuleta o Silvio Brito con el Pangue Maestre, para significar casi de manera despectiva que ya están pasados de moda, fueras de onda, anacrónicos,… etc. Claro, era la época de la irrupción incontenible de Alfredo Gutiérrez Vital, el rebelde del acordeón que introdujo en el conjunto vallenato coros, bajo electrónico, coreografía en sus presentaciones y otros aditamentos que le granjearon las reticencias, entre otros, del maestro Escalona y de la misma Consuelo Araujo (q.e.p.d.) al considerar que estaba caricaturizando la esencia del auténtico folclor vallenato.
Pero en mi caso particular, desde que grabó La Cañaguatera de Isaac Carrillo; Mis Vacaciones de Emilianito Zuleta, Confidencias de Gustavo Gutiérrez y A nadie le cuentes, de Fredy Molina, me volví un acérrimo seguidor del oriundo de Paloquemao, Sucre, pero de arraigo Pacífico porque su padre había nacido en La Paz, Cesar, a 15 kilómetros de Valledupar.
En cambio las composiciones del cantor de Valencia de Jesús me parecían chocantes. Eso de que “A mi me dijo la gente que Saturnina si es ñata, que toma agua en una tabla y no se moja la nariz” o aquello de que “paseaíto, yo no bailo más, paseaito, con la negra Aidé, paseaito, si el día que bailé…, con su ombligo me quiso matá” me parecía además de “corroncho” como decía mi hermana mayor Elina, una manifestación inaceptable del mas burdo machismo que se burla de cualquier defecto físico de las mujeres. ¿“Y que se pensará, ese pelo de cadillo? ¿Que es el mas bonito del mundo?” Protestaba airada mi hermana mamá que, influenciada por su amor de toda la vida, Jorge Ruiz; era una fanática a morir de Nicolás Elías “Colacho” Mendoza en especial de dos de las canciones más antiguas que grabó el caracolicero: “Rosa Angelina” y “Caminito Verde”.
Pero al margen de todas esas críticas y malquerencias, Calixto Ochoa seguía su avance arrollador con los Corraleros de Majagual y grababa con ellos joyas musicales como Los Sabanales, Playas marinas o la Charanga Campesina que casi de manera inconsciente comenzaba a tararearlas. Vino después un disco de larga duración titulado Los Inseparables que grabó en dúo con Alfredo Gutiérrez donde está Anhelos de Oswaldo Ayala, La Lomita de Leandro Díaz y A través de las olas del mismo Calixto que comenzó a quitar de manera definitiva las prevenciones que tenía en su contra.
Después disfruté como ninguno con canciones como Lirio Rojo, Crucita, Los Altares de Valencia, Sueño Triste, del mismo cantautor, Golondrina errante de José Lucas Daza o Cuna Pobre de Edilberto Daza y entendí que estábamos nada menos y nada más que ante un genio de la composición musical, que como todo escritor que se respeta hace uso de las licencias que las bellas artes otorga a sus cultores.
La Fundación de la Leyenda Vallenata en la edición de este año del Festival Vallenato tuvo el acierto de hacerle un merecido homenaje en vida al juglar valenciano. Pertinente decisión que no hace más que reconocer la obra inigualable de un jornalero que, a lo mejor, solo escuchó hablar de un conservatorio cuando había compuesto decenas de canciones, lo cual no fue obstáculo para que se convirtiera en el compositor más prolífico del mundo, cuyas obras como el Africano, han sido grabadas en varios idiomas.
La grandeza del negro Cali la pude retratar de cuerpo entero cuando hace poco un amigo interiorano que regresó de cursar un doctorado con todos los honores me preguntó, “¿Es verdad lo que escuché en la radiodifusora nacional que un tal Calixto Ochoa compuso más de 1000 canciones?” Cuando le dije que era absolutamente cierto, me respondió un tanto decepcionado, “¡Eh ave maría, y yo que me conformaría con componer una sola, pero no he podido!.”
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