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El negocio de las cárceles

Por Silvia Betancourt Alliegro 

Desde el aterrador imaginario colectivo, la prisión cumple su función, saber que hay un lugar en el que se encierran todos nuestros miedos atávicos representados por esos perfiles que nos atormentan. La controversia entre libertad y seguridad, es un falso dilema que se nos plantea para encubrir que el verdadero peligro es ese poder que reclama limitar la libertad por nuestra seguridad.  

Evitando llegar a la raíz del conflicto, sin entrar a valorar el significado de ley y delito, la mayoría de personas que se encuentran hoy día privadas de libertad, lo están por razones de necesaria supervivencia.  

Se afirma que la finalidad de la prisión es la reinserción, pero eso es otra tremenda falsedad publicada como verdad. ¿Acaso situamos primero a las personas en el "riesgo" de la exclusión para reinsertarlas después? Eso es perversión. La cárcel existe porque no sólo funciona como potente imaginario amenazante, sino también como realidad, y esta no es otra que la de su inmenso negocio, a la vez que espacio de impunidad que sirve como laboratorio social para realizar diferentes tipos de experimentos, en grupos reducidos de población, y sometidos a un estricto control de variables físicas, psicológicas, químicas y sociales y a un sistemático ritual o protocolo de sometimiento disciplinar.

En la cárcel, todos tus efectos personales pueden ser revisados, observados, tocados, "invadidos" o saqueados por los vigilantes. Incluso, te pueden privar de esos objetos más personales que forman parte de tu identidad más íntima. Con el aislamiento se pretende destruir a la persona tal y como es. 

La prisión colisiona intencionadamente contra la parte emocional. La persona encerrada se ve casi a diario privada del abrazo y el afecto de los suyos y en un entorno de hostilidad, como si eso formase parte de la condena de años de privación de libertad o del castigo natural por infringir leyes que se dictan para preservar los privilegios de los que están en el poder.
 La cárcel es esa institución que, como los ejércitos, la pagamos con nuestros impuestos, en perjuicio de las personas presas y en beneficio de sus acomodados administradores. 

Si todo el esfuerzo y la impresionante inversión que se realiza en la construcción y el mantenimiento de las prisiones, se utilizara para paliar las graves diferencias sociales, muchas personas no entrarían en ellas.  

 

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