El negacionismo es, por definición del diccionario de la real academia española, la actitud de negar hechos históricos recientes; muy graves y generalmente aceptados. Si flexibilizamos la definición, se podría decir que no necesariamente tienen que ser históricos pero sí relevantes.
Los gobernantes negacionistas terminan mal y la razón es una y de a puño: la realidad tarde o temprano termina imponiéndose.
Al Covid-19 unos gobernantes lo negaron, reaccionaron a destiempo; es más, las respuestas a la peste la dieron desde la política electoral y no desde el respaldo científico la verdad y el humanismo, y ello les restó por la mala gestión de la pandemia, apoyo popular y ya costó por lo menos una reelección: la de Trump. Trump, al principio negó el Covid-19 y fue el Covid el que no lo reeligió. Pudo haber barrido si la pandemia no se le hubiera aparecido y él no la hubiera negado.
Al escribir esta columna Trump seguía negando que había perdido las elecciones y en la Casa Blanca están fingiendo que nada pasó y sus funcionarios -por aquello de una cultura organizacional impuesta desde arriba- aparentando de puertas para adentro, que nada ha pasado y que todo sigue igual al punto que no han iniciado el proceso de transición de poder. La realidad, otra vez, acabará en los próximos días mostrándose rotundamente.
Y ello, lo de ser negacionista, es porque a Trump poco le importa lo verdadero y los hechos si no coinciden con sus hechos y sus verdades. Si no le ayudan a su propaganda, rumores y fake news, entra en etapa de negación e intenta crear una realidad al lado. Una virtual. Desde las redes sociales busca crear otra realidad y transitarla con bulos a lo real, a la calle. Desde Twitter pretende crear hechos paralelos y realidades alternas. Las suyas. No las de las mayorías.
Pero la realidad aplasta, es rotunda. Y cuando lo hace duele. Y escarmienta.
Ello sucede en la política y en el amor también. En la política se creen los más grandes absurdos, como por ejemplo que Biden es socialista y pondría en riesgo el sistema económico capitalista norteamericano. Tamaña sandez, pero millones la creen. El amor también es, al rompe, negacionista: la incredulidad del enamorado a las infidelidades de su pareja es frecuente, se niega. Pero al final, con el transcurso del tiempo y cuando la razón y la evidencia le ganan a la emoción y al sentimiento, la realidad con su peso y pies de plomo, termina derrumbando los hechos paralelos, las negaciones y las realidades alternas.
El negacionismo es un mal consejero en el ejercicio de gobernar porque desperdicia el tiempo de respuesta y las produce a destiempo. Tergiversa la realidad. Provoca desaciertos y una mala lectura de lo real-real y, crea un mundo que termina desinflándose por mentiroso. El negacionismo es de corta duración, populista y facilista pero quienes lo pregonan, como Trump, tienen largo aliento.