Apenas terminaba de ayudar a mi papá en el negocio de venta de hielo que tenía en el mercado, me iba a pescar al río Magdalena. Lo hacía en una de las orillas ubicada en el barrio Arriba, cerca de donde estaba amarrado un barco de la armada nacional.
Para hacerlo llevaba un nailon y su anzuelo, y un tarro de plástico al que le había quitado un pedazo para introducir las carnadas. Iba con pantalones cuyas botas me llegaban a las rodillas, camisetas largas y anchas, pies descalzos, pelo alborotado y corto, a veces usando una gorra con el lema de un político.
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Y mientras esperaba a que cualquier pescado se interesara por la carnada, me entretenía mirando para el barco en el que vi entrando varias veces al carguero que le decían ‘Jopito de Bonga’, que se encargaba de llevarle agua potable, en tanques plásticos, a los grumetes.
Cuando en Calamar se supo que ‘Jopito de Bonga’ estaba desaparecido, recordé que desde días anteriores a la noticia no lo veía pasar para donde los de la armada. Recientemente había cumplido quince años y poco o nada me interesaba en la vida distinto a hacerle los mandados a mi papá e ir a pescar, por eso no me preocupé con lo que sucedía con el carguero.
Yo seguí haciéndole favores a los grumetes que me pedían que les comprara jabón, pasta dental, o cualquier otra cosa. Eso sí, sin montarme en el barco.
Iba sin exigir nada a cambio, solo les decía que esperaran mientras recogía el nailon con el anzuelo, hasta una vez lo dejé tirado y al cuidado de quien me pidió le hiciera el mandado.
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Un mediodía llegué a la casa y papá con cara de preocupación y sin darme explicación, me prohibió que saliera a la calle. Después comenzó a contarle a mamá que había escuchado a Pambe, el paramilitar que mandaba en Calamar, diciéndole a sus secuaces que, así como habían hecho con ‘Jopito de Bonga’ tenían que proceder con el muchacho que le hacía los mandados a los de la armada. También le dijo que apenas lo escuchó, pensó: “¡Ñerda, si esa es mi hija Deivi Luz!”.
Esa noche me mandaron para Barranquilla donde duré un año sin poder regresar a mi casa.
Por: Álvaro Rojano Osorio