Desde mí cocina
Por Silvia Betancourt Alliegro
Por motivos de espacio en esta columna, tuve que editar el contenido de una entrevista con Carl Honoré autor del libro ‘El elogio de la lentitud’, llevada a cabo por Angélica Gallón Salazar, para transferir la sustancia del contenido a los lectores de esta columna, porque me parece acertado, necesario y contundente.
“De visita a la 24 Feria del libro, Carl Honoré, uno de los abanderados del movimiento slow (movimiento lento) reivindica abandonar el virus de la prisa y se pregunta por qué la idea del triunfo está ligada con la cantidad de lo que hacemos y no con la calidad.
¿Esta prisa en la que vivimos, ese deseo de velocidad es un fenómeno reciente o es algo que de alguna manera se ha experimentado siempre?
Se puede rastrear desde que el ser humano empezó a medir el tiempo y el tiempo volteó la tortilla y empezó a medir al hombre. Ese excesivo enfoque temporal fue creciendo, pero el gran cambio sucedió en el Siglo XIX con la Revolución Industrial, cuando empezamos a contarlo todo, a medir todo en término de productividad, los medios de transporte también cambiaron la relación de espacio y tiempo, luego el salto enorme de nuestra relación con el tiempo se dio con el boom tecnológico. Hace quince años salíamos de la oficina y todo acababa, ahora estar todo el tiempo enchufados nos ha demandado hacer más cosas, no descansar. Lo que creo que es un fenómeno reciente es empezar a sentir que hemos llegado a un punto de inflexión, creo que si mi libro hubiera salido hace quince años no estaría acá dictando conferencias, porque creo que el virus de la prisa no había llegado a ese punto tan contundente. Ahora nos afecta a todos.
¿Qué nos hace desear tan profundamente hacer tantas cosas e ir rápido?
Hay un coctel de factores, es esencialmente la mortalidad, vamos a morir, es un plazo fijo y limitado y aunque paradójicamente vivimos más ahora el mundo pasó a ser un gran buffet que hay que conocer y experimentar y hay algo de gula en eso, hay que hacerlo todo y probarlo todo. Hemos caído en la trampa de creer el mito de que podemos tenerlo todo. La cultura nos empuja hacia eso, es una cultura consumista que le da a todo el valor de basura y lo vuelve todo insignificante, pasajero.
¿Pero detrás de qué vamos?
Es la gran pregunta, cuando la gente se para a hacerse esa pregunta una epifanía sucede. Hay muchos factores empujándonos a esa carrera frenética, pero creo que la velocidad termina siendo sobretodo un mecanismo de huída. Somos incapaces de estar presentes. La filosofía slow se podría reducir en darle a las cosas su tiempo necesario. No soy un fundamentalista de la lentitud, soy alguien que reivindica otras velocidades, es como en música buscar el tiempo justo”.
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