Nuestra ciudad ha sido escenario, por demasiado tiempo, de un drama que no merecemos. Un drama de corrupción, de intereses egoístas, de estructuras políticas olvidadizas de a quiénes deben servir.
En nuestra sociedad (léase Valledupar y el Cesar), la corrupción y las estructuras políticas clientelistas se han convertido en un yugo que oprime a la ciudadanía. Estos males, lejos de ser aislados, son el resultado de una serie de factores que han permitido su proliferación y que, si no se abordan, perpetúan un ciclo de desigualdad y miseria.
En Valledupar, como en muchas partes de Colombia y Latinoamérica, los líderes políticos son detestados por encarnar la corrupción, pero por la adquisición de tanto poder, son al tiempo vistos como figuras intocables, casi que como estrellas de cine inaccesibles. Esta percepción distorsionada crea una barrera entre gobernantes y gobernados, una distancia que permite a los primeros actuar en su propio interés sin temor a la rendición de cuentas. Esta distancia no es una característica inherente a la política, sino una construcción (y contradicción) social que puede y debe ser desmantelada.
Sí, porque los gobernantes son iguales a los gobernados; inclusive, el poder de aquellos deriva de estos al investirse como servidores públicos para representar sus intereses. Por supuesto, la rendición de cuentas y la transparencia son la norma, no la excepción. Esta proximidad al poder permite a los ciudadanos tener una voz activa en la toma de decisiones y asegura que los líderes actúen en beneficio de todos, no solo de unos pocos.
En Valledupar, la realidad es muy diferente. La corrupción y la falta de transparencia han sido el sello de las últimas administraciones. Apenas los alcaldes llegan al poder, el pueblo ya es un montón de subordinados. De hecho, la deuda que tienen es con las estructuras políticas que los respaldaron, y por ello terminan saqueando la ciudad para satisfacer y engordar las arcas de los que los pusieron allí. Esta situación, a más de injusta, es insostenible.
Valledupar necesita líderes (gobernantes) que gobiernen para la gente, no para las estructuras políticas. La distancia y la lejanía entre los “poderosos” y el pueblo solo conducen a un ciclo repetitivo de burocracia, de saqueo y de corrupción, en donde los intereses particulares prevalecen sobre el bienestar general. Cuando los líderes se sienten intocables, se sienten libres para actuar en su propio interés sin temor a las consecuencias.
La hora es ahora. Valledupar requiere, más que nunca, llenarse de valor por el bien común; necesita ciudadanos dispuestos a tomarse el poder, a enfrentarse de tú a tú a los saqueadores, a elegir gobernantes transparentes que respondan ante la ciudadanía; Valledupar necesita desmontar las viejas estructuras políticas que han tomado los recursos públicos como botín personal, y que han perpetuado sus propios intereses a costa de la prosperidad de todos.
Claro que no es tarea fácil, y menos cuando esos gobernantes titiriteros manipulan con su poder a un pueblo cundido de pobreza, de falta de oportunidades, de inequidad, repartiendo a manos llenas los dineros públicos para comprar votos y conciencias y perpetuar en el poder a su ‘círculo virtuoso’, garantía de continuidad.
¡Es hora de llenarnos de valor! Es hora de llenarnos de solidaridad social, predicamento dirigido a toda la sociedad para que supere el sopor que la tiene adormecida, que a su vez permite la perpetuación de los saqueadores. Pero aplicable, fundamentalmente, a la decena de talentos jóvenes que hoy se atreven a desafiar las estructuras excluyentes enquistadas en el poder.
El ejercicio per se de desafiar al poder no es suficiente. Se necesita ganar siendo estratégico e inteligente en la grandeza, pues el Goliat a vencer no es mocho ni cederá con facilidad su poder. Más que derrotar a su candidato o candidatos, hay que darle la estocada al monstruo saqueador. Que no alcance a reproducirse.
Será inevitable que la docena de candidatos alternativos, independientes, para la alcaldía de Valledupar (también para la gobernación del Cesar), saquen a relucir su casta, su grandeza, dialoguen entre sí y se unan y rodeen al candidato con mayores posibilidades de derrotar a quien o quienes representan el saqueo y la exclusión.
Hay fórmulas, cómo no. Lo único no permitido, mientras la corrupción, la falta de transparencia y la exclusión sean la norma, son los brazos cruzados. Lo que está en juego es sagrado, el futuro, nuestros hijos, nuestros nietos, y una ciudad que nos lo ha dado todo y que se lo merece todo. Como para parodiar a López de Meza: ¡Me duele Valledupar! ¡Sí, me duele, pero nadie se equivoque, que si duele, duele porque vive!