La sociedad de hoy día que anda a la velocidad digital demanda respuestas rápidas, inmediatas y hasta automáticas. En tiempo real. La estructura jerárquica por anquilosada, vertical y rígida no lo permite. El tiempo de respuesta es un valor preeminente de las organizaciones, sean privadas o públicas, que conecta o desconecta con el entorno dependiendo de si la respuesta es pronta o se da a destiempo.
En un modelo jerárquico mientras la solicitud o el problema sube a la jerarquía, se debate arriba y baja en forma de orden o decisión, el cliente ya no está. Se ha ido a la competencia. Si se trata del sector público, mientras el proceso hace el mismo tránsito jerárquico y la respuesta baja, corre el riesgo de darse a destiempo, que aumente el descontento popular y disminuya, por ineficaces, la confianza en las instituciones.
Es más, las comunicaciones verticales, jerárquicas, esas de arriba abajo y unidireccionales entre padres e hijos o entre parejas, no comunican, incomunican. Ni ahí, hoy día, funciona la jerarquía. Eso era antaño.
Las jefaturas jerárquicas aparte de miopes (no ven todo lo que toca ver y pierden la visión panorámica, múltiple, compleja y diversa de la situación) son lentas en las decisiones, se encapsulan, no se retroalimentan con fluidez y no existe colaboración horizontal, invitan al mutismo, excluye el pensamiento crítico y creativo y provoca errores.
Son estilos de jefaturas caducas y disfuncionales, del siglo pasado cuando el mundo cambiaba poco. Ahora es todo lo contrario; el mundo que vivimos es líquido, cambiante en entornos inestables, impredecible, está haciendo rupturas y es incierto. Por lo tanto, las organizaciones si quieren tener capacidad de respuesta deben ser flexibles, ligeras, horizontales y poner a las personas en el centro y fomentar -tal y como anota Albert Cañigueral- la agilidad y creatividad de las personas frente a los procesos y la flexibilidad frente a los planes.
Hoy día se necesita personas con capacidad de resolución para problemas complejos, con pensamiento crítico y creativo, empatía y habilidades comunicacionales, buen juicio y flexibilidad cognitiva porque el aprendizaje, desaprendizaje y reaprendizaje será la constante del futuro y ello no se logra con estructuras organizativas de modo jerárquico.
Las organizaciones exitosas del mañana serán las que incorporen reglas del juego democráticas, inclusivas y participativas porque así son más dinámicas, dan respuestas rápidas y eficaces, están diseñadas para la velocidad y la precisión ya que las organizaciones jerárquicas en las que unos pocos deciden y otros muchos deben ejecutar son lentas, opacas, excluyentes y no están pensadas para las interacciones y decisiones en tiempo real ni para la velocidad digital. Además, una verdad de a puño, de la naturaleza humana: cuando las personas ayudan a elegir el curso de las acciones es más probable que contribuyan a llevarlas a cabo y la jerarquía, por excluyente, no lo permite.