Por: Imelda Daza Cotes
Un modelo económico es en esencia la representación estructurada de un sistema económico. Su diseño y características se corresponden con la ideología de quienes tienen poder y facultades para elaborarlo e implementarlo
Normalmente en todo régimen democrático los partidos políticos, influidos por las distintas tendencias ideológicas, asumen la defensa y promoción de uno u otro sistema económico, de acuerdo con sus preferencias y con el tipo de sociedad que aspiran a construir, sea una sociedad equitativa, medianamente justa o desigual. Sin embargo, en Colombia la convivencia y el usufructo del poder de los partidos dominantes Liberal y Conservador se tornó en connivencia, las diferencias ideológicas se volvieron difusas y les resultó fácil identificarse con un mismo sistema económico favorable a los intereses de las élites; a partir de ahí impusieron el modelo sin consultar a nadie y sin exponerlo a la consulta ciudadana; nunca fue objeto de debate electoral y todo se hizo en nombre de la democracia. Ahora, a propósito de la instalación de la Mesa de negociaciones, la insurgencia abordó el tema y todas las alarmas se dispararon, quizás porque antes nadie había osado tal cuestionamiento
En realidad los modelos económicos son muchos y muy variados y los ciudadanos deberían tener la oportunidad de elegir según sus preferencias, pero nunca ha sido así en Colombia. Desde el inicio de la vida republicana la economía del país se estructuró con base en el sistema capitalista y en armonía con éste se han ido acomodando distintos modelos económicos que generalmente obedecen a patrones económicos dispuestos por los grandes poderes mundiales y se imponen a través de organismos como el FMI y el BM. Es decir, tampoco en materia económica el país ha sido autónomo
A partir de la década del 90 se adoptó el modelo NEOLIBERAL que, igual que en el resto de Latinoamérica, agudizó las desigualdades, ayudó a concentrar más la riqueza y en algunos países generó una crisis tan severa que los desestabilizó, provocó revueltas populares y cambios de regímenes que rectificaron el rumbo para favorecer a las mayorías. El modelo fundamentalista de libre mercado comenzó por eliminar los controles a las importaciones, luego privatizó buena parte de los servicios de acueducto, energía eléctrica, salud, educación y financieros, siempre en perjuicio de los usuarios y de la calidad de las prestaciones y privilegió la actividad minero-extractiva depredadora e irracional para proveer de materias primas al mundo desarrollado en detrimento del desarrollo industrial nacional. El neoliberalismo facilitó el despojo de tierras a los campesinos y el deterioro ambiental, condenó a la miseria a millones de colombianos; eliminó los controles a la banca expoliadora, disparó la corrupción a niveles insospechados y al fragor de tantos desafueros no quedaba espacio para pensar en la urgencia de ponerle fin a un conflicto doloroso y costoso, por decir lo menos
Cómo no cuestionar semejante modelo económico? Resulta apenas lógico repensar esas medidas que se le impusieron al país en perjuicio de las grandes mayorías. Es hora de imaginar un nuevo modelo de desarrollo que concilie economía, medio ambiente y justicia social y un nuevo sistema productivo que fije límites a la explotación de los recursos naturales y a la actividad económica. El actual modelo de producción y consumo es insostenible
Desde luego cambiar un modelo económico no puede ser atribución de unos pocos, ni siquiera de quienes ahora intentan un acuerdo para poner fin al conflicto armado. El rediseño económico del país es un asunto de todos y por eso debe ser debatido en instancias más amplias. No es una cuestión de competencia exclusiva del gobierno como dieron a entender muchos de los que censuraron el cuestionamiento que hizo la insurgencia. Los partidos políticos deberían ser los primeros en abordar el tema, también las universidades y el mundo académico tienen que ocuparse del estudio de las alternativas económicas y de promover la formación de opinión
Colombia vive un momento importante, la ocasión parece propicia para la polémica y la discusión, hay que promoverlas, hay que asumir posiciones, hay que expresarse libremente y enriquecer el debate. Es deber de todos aportar. La controversia civilizada es siempre saludable. La paz no es sólo el fin de la guerra o el silencio de los fusiles aunque ese sea un primer paso indispensable. La paz es convivencia pacífica y justicia social. Esa es la meta