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“El miedo que tenemos a asesinos y corruptos es el peor, porque uno mismo se lo impone”: Diana López Zuleta

Diana López Zuleta en el lente del fotógrafo Federico Bottia. FOTO: FEDERICO BOTTIA.

ALEXANDER GUTIÉRREZ/ EL PILÓN

Es una tarde generosa de brisas reconfortantes y cielo despejado en el municipio de La Paz, la autora de ‘Lo que no borró el desierto’ abre con agrado la puerta de su casa materna. En el sofá de la sala está su tía Martha Cecilia, la misma que cuando niña le enseñaba el uso de las tildes y le contaba historias de la Biblia. El hielo se rompe con facilidad citando apartes de su primera y más reciente obra y retazos de ‘Vivir para contarla’, de García Márquez, uno de sus escritores tutelares.

El libro de López Zuleta conduce a lectores avezados e ingenuos por los vericuetos de la felicidad, el dolor, la confusión, la debilidad, la sed de justicia y de verdad, de la mano de esa primera persona que revela su existencia, retazo a retazo, con sus luces y sus sombras. El texto fusiona con sutileza la narrativa literaria, periodística e investigativa y produce un ávido deseo de conocer más y más.

Fue ganadora del Premio Nacional de Periodismo 2021, pero quienes la conocen se han congratulado –sobre todo– con la mujer que ha indagado dentro de sí, confrontado su miedo a escribir, recordado la agonía y regresado una y otra vez a ese momento funesto del asesinato de su padre; a quien le ha hecho las preguntas que no quería, a quien ha llorado sin saciarse, a quien ha dejado el desasosiego en el umbral y ha desenmarañado el episodio más doloroso que sacudió su vida para convertirlo en luz.

¿Cuáles fueron tus primeras experiencias en su destino como escritora?

Mi tía, Martha Cecilia, influyó muchísimo en que me interesara por las artes y por escribir bien. A los seis años, ya sabía qué palabras llevaban tilde; la diferencia entre agudas, graves y esdrújulas, cosa que incluso un profesor de mi colegio no sabía. Siempre me recalcó la necesidad y el deber de escribir bien y expresarme.

Me acuerdo que en el pueblo quitaban la luz. No había nada qué hacer. No había internet ni televisión. Entonces, nos sentábamos en la puerta de la calle a coger fresco y ella sacaba unos libros con los que nos enseñaba cultura general, también nos hacía preguntas.

¿Se puede confiar en el sistema judicial colombiano? 

Creo que el hecho de que haya habido una condena por la muerte de mi papá no significa que se deba confiar en la justicia, porque el nivel de impunidad en Colombia sigue siendo muy alto. La mayoría de los casos no se han esclarecido y ni siquiera el aparato judicial está fortalecido para investigar y tomar decisiones judiciales. Sigo siendo muy desconfiada de la justicia. Creo que aún falta mucho por recorrer y esclarecer. En esta región todavía no sabemos la verdad de lo que pasó con los paramilitares y las guerrillas. 

¿Se puede ver con esperanza la posibilidad de que en departamentos como el Cesar y La Guajira llegue ese momento en que denunciar las injusticias no traiga consigo amenazas?

Estamos lejos de allí. Las estructuras criminales, aliadas con el poder, aún predominan en La Guajira y en el Cesar, aunque menguaron con la desmovilización de los paramilitares. Esta zona es muy estratégica y se presta para muchas acciones ilícitas, además del desempleo que persiste. Estamos cerca de la frontera con Venezuela, un paso que posibilita el narcotráfico y la ilegalidad. Y no hay que echarles toda la culpa a los malos o a los delincuentes, sino también al Estado que no brinda las condiciones para que las personas puedan ejercer empleos dignos.

¿Concibió alguna vez la búsqueda de la verdad como algo que podría costarle la vida?

El mayor miedo que hubo siempre fue ese. Más que miedo al personaje –Kiko Gómez– fue miedo a la muerte. Miedo a que pudieran asesinar a alguien cercano y causar un sufrimiento. Lo primero que habrían dicho es que fue mi culpa. Iban a invertir la culpabilidad y le tenía miedo a eso, a volver a vivir otra muerte y sensación de orfandad similar a la que ya se ha vivido, porque el común denominador era que a quien denunciaba (a Kiko Gómez) era asesinado. 

¿Cómo lograr que todos aquellos que han sido víctimas de la violencia enarbolen el valor de denunciar en lugar de retraerse o inhibirse por el miedo?

Borges decía que el miedo que le tenemos a los asesinos y los corruptos es el peor de los miedos, porque es el que uno mismo se impone. Solo venciendo ese obstáculo que está en la cabeza, puede uno levantarse y denunciar. Yo creo que hay que dejar de pensar que ‘si no se denuncia, igual no va a pasar nada’.

¿Ha sido liberada del miedo a morir? 

En parte, sentía que había perdido tanto que me consideré en la capacidad de enfrentarme a la muerte. De alguna manera, yo sentía confianza en mí misma, en que no me pasaría nada. No tenía paranoia. Durante el juicio y ese tiempo duro en que estuve frente al asesino en las audiencias siempre estuve sola, no tenía esquema de seguridad.

¿Cómo está su espíritu y corazón? ¿Qué mensaje daría a las víctimas?

La verdad ha logrado paliar un poco el dolor. No del todo, pero sí ha logrado sanarme y resarcirme más que la pena y el castigo, porque, aunque estos dan una apariencia de justicia, siento que vale sobremanera esa búsqueda de la verdad. Yo fui detrás de ella, no me la dio la Fiscalía. Entrevisté a víctimas, familiares y amigos de mi padre. Mi mensaje es que busquen la verdad, ello puede sanar más. Es muy duro, pero vale más que quedarse callado. 

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