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El llanto de los hombres

MI COLUMNA

Por Mary Daza Orozco

Hombres fuertes, figuras públicas han llorado últimamente, pero siempre lo han hecho. Hace siglo Boabdil lloró al dejar a Granada. Fue el último rey moro y como era pacifista optó por no batallar, se alejó, desde una colima vio la belleza de su reino y lloró adolorido, su madre, la princesa Ayesha, le dijo ‘No llores como mujer lo que no quisiste defender como hombre’: es una historia apasionante inspiradora de libros, el último de Antonio Soler, y poemas como el soberbio canto del poeta paisa Jorge Robledo Ortiz, cuando en su Cuentos de Mar, prometió a su compañera, entre otros regalos:
“…Buscaremos rutas de manzanilla al sur de España,
la sombra adolescente de Platero,
la capa de Unamuno en Salamanca,
la fatiga inmortal de Rocinante.
El dardo del Amor Clavado en Ávila,
la Morena ascendencia de “El Cachorro”
y el llanto de Boabdil sobre Granada”.
Un llanto famoso, porque era un hombre el que derramaba lágrimas quemantes; sorprendió porque rompió la eterna concepción de que los hombres no deben llorar, extendida por todo el mundo aunque se crea que sólo es válida en nuestras tierras.
Tal vez esa premisa nos ha llevado a sentir consternación cuando vemos a un hombre llorar a pesar de que la historia está plagada de machos que en algún momento de sus vidas han llorado: guerreros que pierden batallas,  líderes exultantes porque logran la victoria como acaba de ocurrir con el presidente de los Estados Unidos Barack Obama que al reconocer la lealtad de su equipo de trabajo secó sus lágrimas en público, ante los medios, él, el Comandante en Jefe del ejercito más poderoso del mundo se emocionó, dejó ver su imagen sentimental.
Felipe Arias, reconocido periodista colombiano, lloró ante la tragedia del terremoto de Haití, no soportó ver la pobreza, los muertos tirados en las calles, los agonizantes con las manos en alto pidiendo clemencia, los niños perdidos, un país alucinando por la impotencia ante  la fuerza enceguecida de la naturaleza; Felipe practica el periodismo humano, su llanto es una prueba de que la noticia hay que vivirla en el dolor y en la alegría.
El obispo de Santa Rosa de Osos, Jorge Ossa, no pudo soportar el dolor cuando presidió el cortejo fúnebre de diez de sus fieles, campesinos asesinados hace sólo unas semanas; su llanto se mezcló con el de los deudos, con el del pueblo, con el de Colombia entera.
Y, aunque no se crea, Ahmadinejad, el poderoso de Irán, lloró profusamente en un acto religioso islamista que conmemoró la muerte de Fátima, la hija de Mahoma.
El ex presidente de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva, lloró en público unos meses antes de dejar el poder cuando hizo un repaso de su acción de gobierno.
Este breve recuento nos recuerda un llanto famoso, de los más comunes: por una mujer, nos lleva  a nuestros padres y abuelos cuando se emocionaban con El Duelo del Mayoral, un poema de Manuel Mur Oti, aunque se cree anónimo, que narra la historia de dos valientes que a machete defienden el amor de la amada: “¡Cómo la quería!…Como le cantaba sus ansias de amores /y como vibraba con él su guitarra. /Y yo tras las palmas con rabia le oía /y entre canto y canto brotaba una lágrima, /lágrimas de hombre, no crea otra cosa, señora, /que los hombres lloran como las mujeres/porque tienen débil como ellas el alma”.Cómo le cantaba sus ansias de amores
y cómo vibraba con él su guitarra.
Y yo, tras las palmas, con rabia le oía,
y entre canto y canto colgaba una lágrima.
Lágrima de hombre, no crea otra cosa,
que los hombres lloran como las mujeres
porque tienen débil, como ellas, amores
y cómo vibraba con él su guitarra
y entre canto y canto colgaba una lágrima.
Lágrima de hombre, no crea otra cosa,
que los hombres lloran como las mujeres
porque tienen débil, como ellas, el alma.

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