La primera dificultad cuando se trata de despertar el espíritu liberal es que el liberalismo es famoso por ser difícil de definir. Se ha convertido en una de esas palabras que significan cosas diferentes para diferentes agrupaciones políticas. Si el autoanálisis pudiera curar la ansiedad, la democracia liberal gozaría de mala salud.
El liberalismo clásico constituye una de las más importantes ideologías políticas y filosóficas que surgieron a partir del siglo XVII, tras una época caracterizada por el poder absoluto del Estado que extendía sus funciones a la intromisión en aspectos que son propios del ser humano, por lo que el liberalismo clásico debió constituirse en la principal herramienta de defensa del espacio de libertad del individuo ante el gobierno. Esta ideología se asienta en parte en la visión individualista planteada por Thomas Hobbes. Sin embargo, es John Locke quien a través de su teoría de la Ley Natural o Estado de Naturaleza afirma que el ser humano vive en una situación de libertad y de relativa felicidad y es titular de derechos individuales que son anteriores al Estado, pero que a la vez dichos derechos deben ser protegidos por una autoridad de cualquier agresión ilegítima; para lo cual debe renunciar a esa condición natural suya y entrar en sociedad con otros hombres que conjuntamente tienen el propósito de salvaguardar sus vidas, libertades y posesiones. Sin embargo, el gobierno tiene un límite claro en sus acciones y existen amplias esferas de la vida humana de total libertad.
Últimamente se han publicado libros sobre las fallas del liberalismo y cómo se derrumban las democracias. Entre los diagnosticadores, ninguno es más eminente o experimentado que Francis Fukuyama. En su nuevo libro ‘El liberalismo y sus desencantos’, Fukuyama defiende el liberalismo contra sus críticos argumentando que sus aparentes vicios son distorsiones provocadas por exageraciones de algunos de virtudes genuinas del liberalismo.
A medida que eventos como el 11 de septiembre, las guerras de Afganistán e Irak y la crisis financiera de 2008 afectaron la confianza en sí mismo del liberalismo, el trabajo de Fukuyama fue visto como un creyente ingenuo en la inevitabilidad de una idea de progreso definida por occidente, y como alguien que estaba ciego ante las fallas de la democracia liberal.
Una fortaleza vital del ‘Liberalismo y sus desencantos’ es que es cristalino en sus definiciones, aun cuando reconoce las complejidades de la práctica. Aunque el liberalismo está siendo atacado tanto por la izquierda como por la derecha, es de la izquierda de donde proviene el desafío intelectual más serio. Fukuyama reconoce este hecho e intenta abordar las críticas de la izquierda. Esencialmente, un sistema que se basa en el principio de igualdad de los derechos individuales, la ley y la libertad ha desarrollado desigualdades bastante notables en cada uno de esos ámbitos.
Las más evidentes son las desigualdades económicas que han crecido en Estados Unidos y Reino Unido, durante los últimos 40 años. Fukuyama atribuye esto al “neoliberalismo”, la creencia en los mercados sin restricciones como medio para lograr el objetivo del bienestar del consumidor. Sostiene Fukuyama, que se trata de una distorsión del liberalismo, que tiene una misión social mucho mayor que la simple eficiencia económica. No se trata solo de regular y limitar las grandes empresas, aunque Fukuyama aboga por ambas cosas, sino de valorar el capital social que se obtiene de la redistribución y reducción de las desigualdades.
Fukuyama no ofrece ninguna solución particular a la crisis del liberalismo. Simplemente asume que la razón y la moderación finalmente prevalecerán. Cita el aforismo de Churchill de que la democracia es la peor forma de gobierno aparte de todas las demás. Pero quizás estemos empezando a darnos cuenta, en Ucrania, de que la defensa de la democracia liberal implica más que ser razonable. Evidentemente, la gran lucha ideológica podía ser potencialmente “aburridas”, según Fukuyama, pero absolutamente estúpidas en el marco y combinación de la ideologización de la política con ambición electorera. América Latina, es, un ejemplo de ese coctel con resultados indigestados en pobreza, desigualdad, hambre, derechos colectivos y el inquietante galimatías del verbo en salvaguardia de las libertades.
Por Luis Elquis Díaz.