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El legado de mi abuela Sara

Hace apenas unos momentos, esperaba las 12 de la medianoche para dar la bienvenida al nuevo año. Hoy, al mirar el calendario, me doy cuenta de que estamos iniciando el segundo semestre, marcando también el inicio del mes de julio y el cumpleaños número 107 de mi abuela, Sara Araújo Maya.


Su vida es más que un recuento de años; es un relato de sabiduría y amor que ha perdurado a través del tiempo. Hija de José Antonio Maya Pumarejo (conocido como Pepe Maya) y Rosa Pastora Araújo Araújo, fue estudiante del Colegio de la Sagrada Familia en Valledupar y formó parte de las primeras generaciones que inauguraron esta institución junto a su hermana Carmen Maya Bruges. Entre sus anécdotas, recuerda cómo en sus últimos años ella misma impartía clases a los más pequeños, ante la escasez de estudiantes interesados en continuar sus estudios y se abrió camino como maestra en una época donde pocas mujeres tenían la oportunidad de trabajar.


Al enviudar, quedó al cuidado de sus dos hijas pequeñas, mis tías Mariela y Enua y continuó adelante con fortaleza y dedicación, entregándose a la enseñanza en el municipio de Manaure, donde encontró nuevamente el amor y formó un bonito hogar junto a mi abuelo Diego Montero, un telegrafista cuyo oficio evoca a Gabriel Eligio García, el inspirador del realismo mágico y padre de Gabriel García Márquez. De esta unión nacieron mi tío Carlos, mi padre Álvaro Montero (a quien admiro y agradezco por motivarme a escribir), mi tía Astrid y mi querida tía Ruth, quien ha partido físicamente, pero sigue presente en nuestros corazones.

Escribir sobre mi abuela Sara es inmortalizar todo lo que ella guarda en sus recuerdos como un tesoro y la mayor enseñanza que me ha dejado es la importancia de la gratitud. En una conversación reciente con ella, le pregunté qué mensaje quiere transmitir a las nuevas generaciones, y me respondió: “Hay que ser agradecido con lo que se tiene y ayudar a quien lo necesita”.

Su sabiduría y lucidez a su edad son mi inspiración. Ella me ha enseñado que, a pesar de los desafíos y las dificultades, siempre hay algo por lo que debemos estar agradecidos. Como una vez leí: “Lo admirable es que el hombre siga luchando a pesar de todo y que, desilusionado o triste, cansado o enfermo, siga trazando caminos, arando la tierra y creando obras de belleza en un mundo bárbaro y hostil”.

En este punto medio del año, invito a todos a reflexionar sobre sus metas y considerar cómo incorporar la gratitud en el camino hacia su realización. Quedan seis meses para retomar y reestructurar lo que deseamos lograr, recordando agradecer por lo que ya hemos conseguido y por las oportunidades de seguir creciendo y contribuyendo a nuestra comunidad. En medio de todo, estamos vivos para dar ese paso y es en los pequeños detalles cotidianos donde encontramos la verdadera riqueza de la vida.

La gratitud es un valor fundamental que a menudo pasamos por alto, especialmente cuando estamos inmersos en la rutina y las preocupaciones del día a día. A lo largo de mi carrera, he encontrado que la gratitud también es una herramienta para construir resiliencia y cohesión social. Agradecer a aquellos que nos apoyan, a las organizaciones que colaboran con nosotros y a las personas a las que servimos, fortalece nuestras relaciones y nos motiva a tomar acciones de mejora.

Al ver a nuestros seres queridos, recordemos ser agradecidos por el tiempo que tenemos con ellos. Sus historias, sacrificios y amor son lecciones invaluables que no tenemos cómo comprarlas. Agradezco a mi abuela Sara por el legado que perdurará en el tiempo. Al celebrar su cumpleaños número 107, espero que todos podamos llevar en nuestro corazón la lección de su vida: ser agradecidos y ayudar a quienes lo necesitan.
Por: Sara Montero Muleth

Categories: Columnista
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