El primer episodio del Juego del Calamar inicia mostrándonos la vida de Seong Gi-hun, un hombre que vive con su madre, le roba dinero para gastarlo en apuestas de carreras de caballos y tiene deudas con gente muy peligrosa. Quienes conocen la ludopatía podrán reconocerla fácilmente en el personaje. Sin embargo, esta es una enfermedad que pasa desapercibida en la sociedad, y se hace pasar por una forma inofensiva de diversión pero que es tan grave como el alcoholismo y la drogadicción porque puede llevar al enfermo a acabar con lo que más quiere.
Según Mayo Clinic , la ludopatía “es la adicción patológica a los juegos electrónicos o de azar, es el deseo irrefrenable de seguir apostando a pesar de los estragos que esto causa en tu vida. Se está dispuesto a arriesgar algo que se valora con la esperanza de recibir algo que tiene un valor aún mayor”.
La plataforma agrega que “las apuestas pueden estimular los sistemas cerebrales de recompensa al igual que las drogas o el alcohol, y causar adicción. Quienes tienen un problema de ludopatía pueden hacer apuestas continuamente, ocultar su comportamiento, consumir los ahorros, acumular deudas o, incluso, recurrir al robo o al fraude para sostener tu adicción”.
Con la ayuda de la tecnología y el internet, las apuestas están ahora en todos los rincones del planeta en forma de apps, de páginas web y en tiendas de barrio. Colombia es uno de los primeros países latinoamericanos en implementar una legislación para apuestas y juegos de azar por internet.
Según Coljuegos, los apostadores en línea en 2015 se gastaban 20 dólares en promedio, mientras que en 2017 (con la regulación) la cifra había ascendido hasta los $94 y algunas estimaciones proyectan que ese gasto pueda triplicarse este año (C. De Silva, 2019). Con la legislación, los impuestos que pagan estas plataformas, son de destinación específica para fortalecer el sector salud, lo que les da un buen discurso de cara al debate sobre el perjuicio de las apuestas sobre los ludópatas.
Aunque las plataformas de juego en línea aseveran que su publicidad no está dirigida a menores de edad, sus anuncios invaden el tiempo de comerciales de todos los partidos de fútbol y programación deportiva. El fútbol es el deporte más visto en nuestro país por niños, adolescentes y adultos y los deportistas son de las personas más admiradas por todos, en especial los niños. Además, el control para evitar que los menores de edad apuesten se basa únicamente en la vinculación de la cuenta a un número de cédula, una medida que se evade fácilmente.
Este público que aún no ha terminado de formarse y que está apenas desarrollando sus criterios, es el blanco de la más asidua e incesante publicidad de esas casas de apuestas, que están en radio, televisión e internet y que hasta tienen el poder económico para convertirse en patrocinadores de equipos de fútbol. Al estar presente en esos espacios que todos disfrutamos se muestran ante la sociedad como formas inocentes, inteligentes y fáciles de ganar dinero.
Ahora imagínense a un ludópata en recuperación, escuchando en cualquier ambiente deportivo, “¡Apuesta!” “¡Gana apostándole a tu equipo!” “¡Ganar es muy fácil!”. Es como si en las afueras de un sitio de reunión de alcohólicos anónimos montaran un expendio de licores con un letrero gigante que dice: “Bebe alcohol, olvida tus penas”.
Como cualquier negocio que se lucra de las adicciones de las personas, es una actividad que mueve muchísimo dinero, de lo contrario no se explica que haya 18 casas de apuestas digitales en el país avaladas por Coljuegos y que les permitan invadir y saturar los espacios publicitarios deportivos sin ninguna clase de advertencia sobre las consecuencias de apostar irresponsablemente.
Los personajes del Juego del Calamar no son tan distintos de las personas que pierden fortunas en los casinos físicos o virtuales o de los chicos que apuestan el dinero de su mesada o usan las tarjetas de crédito de sus padres en apps de apuestas deportivas. Guardando las proporciones, las consecuencias tampoco están tan alejadas de lo que sucede en la serie.
Por eso, es hora de prestar atención a las casas de apuestas y de debatir su inescrupulosa publicidad. Debemos tratarlas como lo que son: ambientes en los que se crean y estimulan ludópatas y que pueden llegar a destruir vidas.