En esta crónica, como en las anteriores, nos movemos en el atractivo siglo XII. Esta vez evocando las construcciones arquitectónicas de abadías y catedrales de estilo gótico, el que sigue al románico. Por entonces comenzaban a disiparse, un poco, las variadas controversias del pasado, dando paso a pensamientos y comportamientos que anunciaban una vida distinta. Un prerrenacimiento.
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Como primeros ejemplos de tales construcciones suelen citarse las de Sant Denís, Chartres, Notre Dame de París. Sus más notables características, el arco apuntado, la bóveda de crucería y erguida torre elevándose hacia el cielo. Cómo no recordar la graciosa y aguda torrecilla de Sant Chapelle, situada al centro de la ciudad de París, en la Ile De La Cité, lugar de exquisitos conciertos de música clásica.
Deseando reflejar una espiritualidad religiosa sublime y elevada fue concebido el arte gótico. Vino a ser una evolución del románico, de complexión imperial. El nuevo estilo se propone conservar la fortaleza física de su antecesor, pero más pretencioso del cielo. El románico había reflejado, sobre todo, la severidad de la vida monástica. Penetrar en el interior de sus penumbras era paradójicamente encontrar la luz verdadera, dejando en el exterior la de la vida secular. El románico era un estilo oscuro y horizontal.
Indudablemente el siglo XII representa un cambio histórico, así se enmarque en el Medioevo. Y en este caso, un cambio de estilo. El románico estaba ligado a la romanidad caída, junto con su imperio occidental a manos especialmente de las tribus germánicas. El cristianismo había sido saltuariamente perseguido, pero al mismo tiempo afianzaba su doctrina, aumentaba el número de fieles y construía edificaciones para las catequesis que impartía y el culto que celebraba. Sus monumentales abadías y catedrales conservaban el estilo románico, albergando una espiritualidad templada.
Cambiadas las formas sociales, por lo menos algunos rasgos, se transformaba aquel estilo, y eso fue lo que aconteció desde el siglo XII. Haciéndole una venia al románico, se impuso el estilo gótico. Que es bello y aparentemente ligero. Se construyeron abadías y catedrales como las nombradas, cuyo inspirador especialmente fue el Abad Suger, quien además de estadista era esteta y personaje influyente que gozaba del favor de los gobernantes reales.
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Construye la catedral de Sant Denís de la abadía de El Cluny, en el centro de la ciudad de París, en la que se había educado desde niño. La catedral monumental y bella se convirtió en la más socorrida de los reyes. En las bibliotecas de la abadía se ocupaban los escribanos de redactar las hazañas de ellos, y allí eran sepultados. Por tanto, esta no era una catedral más, sino la principal. Sus torres se elevaban a gran altura simbolizando la dignidad del culto cristiano, auspiciado por los monarcas.
Sin embargo, sus perifollos arquitectónicos no eran del agrado de los monjes de la abadía del Cister; su abad San Bernardo de Claraval reprochaba el estilo gótico considerando innecesarios su altivez y desafiantes adornos, y aún desde el punto de vista económico; y prefería la adustez del estilo románico, de líneas rectas, vidrieras sin policromías y escasas figuras. Por tanto, se contrapusieron dos manifestaciones de espiritualidad, la que representaba la austeridad y la que prefería el estilo majestuoso y detonante de la gloria de Dios. Desde entonces, uno u otro estilo acompañan el gusto y la preferencia espiritual de eclesiásticos y laicos.
MAESTROS
Seguidamente deseo referirme a los maestros albañiles, quienes con un grupo de operarios y oficiales, verdaderos artífices de aquellas construcciones, merecen un especial reconocimiento. Unos verdaderos titanes de todos los tiempos, desde los faraónicos hasta nuestros días.
Por mi parte, aquí me permito hacer un merecido homenaje al maestro Castañeda, oriundo de la ciudad de Riohacha, La Guajira, a quien recuerdo en mi niñez. De rostro moreno fino, bonachón y jaranero, quien con sus “oficiales” fue el inolvidable constructor del templo de Urumita, que existió anterior al actual, de robustos contrafuertes. Sobre sus cimientos, el sacerdote valenciano español José María de Alfara, párroco de Urumita, de grata recordación, pero tozudo, construyó el que está en pie y que vino a ser, por decirlo así, la maqueta de la Catedral del Rosario de Valledupar, igualmente construida por él.
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Los maestros de albañiles eran creativos y sus servicios solicitados cada vez que alguna población los requería, y tenían la virtud de formar discípulos, lo que resultaba de beneficio para muchos, y además continuadores de ese noble quehacer.
Por lo demás, cada vez que era necesario construir un templo, los habitantes contribuían a la realización de la obra con sus dineros y servicios personales, comenzando por las primeras autoridades civiles, los ricos y los pobres, apoyando a los obispos y a su clero.
Justamente, he aquí lo que ocurría con la construcción de las catedrales a las que me he referido, en el siglo XII: “Se veía a hombres poderosos, orgullosos de su nacimiento y de su riqueza y acostumbrados a una vida muelle, unirse con correas a su carromato y arrastrar en él piedras, cal, madera, y todos los materiales necesarios… a veces más de mil personas, hombres y mujeres, arrastraban esos carromatos de tan pesada como era su carga. Guardaban un silencio tal, que no se oía la voz ni el bisbiseo de ninguno de ellos (…) Los sacerdotes exhortaban a la concordia; se acababan los odios, desaparecían las enemistades, se perdonaban las deudas y las almas volvían a la unidad”. (Retratos del Medioevo, de Gerardo Vidal Guzmán).
Desde los montes de Pueblo Bello.
Por: Rodrigo López Barros