Cuando se habla del hambre del pueblo wayuu no es necesario buscar el ahogado río arriba. La corrupción inocultable, el cierre de la frontera con Venezuela, la sequía, el verano de más de tres años, el ICBF, los Organismos de Control y especialmente una presencia débil, muy débil, del Estado colombiano, son algunos de los factores que están mostrando un punto de convergencia llamado hambre, desnutrición y vergüenza, mucha vergüenza, del pueblo guajiro.
La comunidad se siente manoseada y ya no cree en la ayuda estatal porque son un rosario de promesas incumplidas sobre la necesidad de impulsar y concretar proyectos para el autoconsumo familiar. Se calcula que por lo menos el 90 por ciento de los niños wayuu tienen escasez clínica de alimentos, pero son precisamente estas cifras las que se convierten en frías estadísticas de muerte y desolación que nos señalan con el dedo inquisidor de culpabilidad colectiva.
Pienso que en esta exótica y hermosa comunidad, desde hace algunos años, estamos subdirigidos y subvalorados por un Estado colombiano cuyas políticas nos pasan solo rozando. Nosotros con el tiempo también nos hemos convertido en espectadores pasivos y cómodos de esta lenta agonía de los niños wayuu. El censo de la comunidad nos dice que por lo menos 34.000 menores están en graves problemas de desnutrición, casi en el límite de subsistencia.
Como guajiro, oriundo de Fonseca, siento que estos datos me producen escalofrió y tristeza, mucha tristeza en el corazón. Hoy La Guajira parece un rancho solo y abandonado que busca afanosamente, con una linterna, a sus líderes regionales. ¿Será que los niños de Uribía, Manaure, Riohacha, Maicao y algunos pueblos del sur, no tienen futuro ni el derecho de acceso al agua, la salud y la educación? Solo la presencia estacional de las lluvias, que son una bendición, nos hacen ver como una tierra prometida, llena de oportunidades.
Además, la población wayuu tiene una cara poco amable de la participación del Estado en su desarrollo y siempre la asocia con la presencia aduanera, militar y policiva, pero no perciben una participación importante de profesores y médicos. Sería deseable facilitar e impulsar las relaciones comerciales y ancestrales dentro de la legalidad para no caer en el contrabando como parte de la solución.
Se necesitan soluciones sensatas, integrales y reflexivas. No es suficiente con los granitos de arenas de algunos pozos artesanales y camiones cargados con botellas de agua. Además, es necesario el compromiso de las autoridades correspondientes para acabar con las divisiones profundas y algunas veces discriminatorias en el manejo de las ayudas estatales. Nelson Mandela nos decía, con mucha sabiduría, “No puede haber una revelación más intensa del alma de una sociedad que la forma en que trata a sus niños”.
¡El derecho de los niños debe ser una política de Estado!