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El gozo de ser conocido

“Pero si alguno ama a Dios, es conocido por él”. 1°Corintios 8,3. Siempre que preguntamos a alguien: ¿Conoces a Dios? La respuesta es afirmativa con lujo de detalles. Pero, hay una pregunta aún más importante: ¿Te conoce Dios a ti? La respuesta a esta otra pregunta no solamente que marcará el propósito de nuestra vida ahora; sino que, definirá nuestro destino eterno.

La respuesta está totalmente relacionada con mi vida secreta con Dios. Él desea que quite el velo de mi cara delante de él y me deje ver tal cual soy. Él quiere que lo ame sin retener nada de mi ser. Él pretende una relación conmigo que esté basada en una total transparencia y sinceridad. Si bien, quiero que el carácter de Cristo sea formado en mí, pero durante el proceso debo permitir que vea y cambie la verdad desnuda de mi fragilidad y carnalidad. 

Alguno podrá decir: ¡Dios sabe todo sobre nosotros! Cierto. Pero, solo porque él puede ver ciertas habitaciones oscuras en nuestros corazones no significa que haya sido invitado a traer luz a esos lugares oscuros. Al contrario, la tendencia humana es a esconder y encubrir. Si tratamos de ocultar a Dios nuestra verdadera condición, evitamos que nos conozca. Es menester invitarlo a ser parte de nuestros pensamientos, motivos, deseos y acciones. 

Un ejemplo que puedo mostrar para ilustrar el asunto es Judas Iscariote. Estaba increíblemente cerca de Jesús; sin embargo, no le permitió entrar en los secretos de su corazón. Aun cuando tenía problemas, se rehusó a confesarlos y sacarlos a la luz.  Jesús dio oportunidades para destaparlos durante los años de ministerio; pero Judas lo escondió hasta que, finalmente, eso mismo le arrastró a su destrucción. 

Amados amigos: Dios puede manejar las confesiones de nuestras luchas presentes. Pero no, si las escondemos y pretendemos que no existen. Cuando mostramos nuestras luchas, Dios derrama su gracia para ayudarnos a cambiar. ¡Esta es la manera en que le permitimos saber quiénes somos en realidad!   

La clave del asunto es: Permitir que Dios mismo entre al mismísimo centro de nuestro ser para ver allí lo que dejamos en la oscuridad y para tocar allí lo que nosotros dejamos sin tocar. ¡Es realmente grandioso ser conocido por Dios!

Una de las razones por la que encontramos semejante gozo al rendir nuestras vidas a Dios es que él nunca nos malinterpreta. Es frustrante el sentimiento de ser malinterpretado y juzgado erróneamente. ¡Eso nunca sucede con Jesús! ¡Dios nos conoce y nos ama sin condiciones!

¿Cómo podemos ser conocidos por Dios? La respuesta simple se da en el texto del epígrafe: “Si alguno ama a Dios, es conocido por él”. Cuando abrimos nuestros corazones al Señor en una entrega amorosa, él nos recibe y nos conoce. ¡Qué gozoso privilegio, tener una relación donde nos conocemos con el Dios todo poderoso! 

Aquel que me conoce mejor, me ama más. ¡Dios me conoce más y me comprende mejor! ¡déjate conocer por Dios! Abrazos y bendiciones abundantes.

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