No sabía si abrir la caja, si desatar por fin el misterio que me envolvía o seguir temiéndole a los azotes de mi padre. Podía escuchar ese sonido que me llamaba, era tan hipnotizante que no dejaba pensar en otra cosa. Papá desde el día que encontré la caja en su despacho me dijo que no la abriera, que cosas malas sucederían, pero era inevitable no intentarlo. Era el día.
Esa madrugada cerré mi habitación. Teniendo la caja en mis manos la melodía se escuchaba más y más fuerte cada vez, las manos me sudaban, estaba asustada y maravillada… Me apresuré a abrir la caja, sabía que pronto mi padre tumbaría la puerta para impedírmelo.
Cuando abrí la caja sentí una liberación, la música se hizo estridente, no sentía temor, ni cobardía, tenía un nuevo sentimiento dentro de mí: sed de venganza. Me levanté con una sonrisa siniestra y me observé en el espejo, mis ojos se habían tornado negros y mi piel aún más pálida de lo que ya era. Esperé pacientemente hasta que derribó la puerta.
-Despídete, no harás más daño- dijo él- Permitiste que tu maldad dominara tu ser, hiriendo a los que decías querer.
– ¿Quién eres tú? – replicó mi padre.
-Nos conocemos desde hace mucho, ¿no recuerdas? Te daré una pista: el día que abriste la caja. -Mi padre perdió el control, pasó del enojo a un estado de terror.
-No puede ser – observó la caja abierta – Abrió la caja.
– Me liberó para hacer sufrir a los que son como tú.
– No quiero escucharte, ¡VETE!- dijo mi padre con voz temblorosa.
La electricidad se cortó, papá salió corriendo, y aquel que habitaba dentro de mí salió tras él. -Niña, sé que no entiendes nada, pero después de esto nada será igual.- Sabía donde se ocultaba, podría jurar que él también, así que nos dirigimos al despacho, donde lo encontramos.
Lo atrapé con unas raras extremidades dejándolo suspendido. Avanzamos haciendo cortes en sus brazos expuestos, lamiendo la sangre a su paso.-Te sugiero que no veas lo que viene.-Me hablaba pero no tenía idea de como dejar de ver, no tengo control sobre mí… Extrañamente todo se tornó oscuro; ya no podía ver nada. Escuché un grito desgarrador, seguido llegó el silencio.
-Puedes rehacer tu vida con una nueva familia y olvidarás todo lo sucedido.
– No deseo eso.
-¿Qué quieres, niña? – Preguntó.
– Quiero ir contigo. ¡Llévame!
Con una mueca dijo: -Deja de decir estupideces, haz lo que te digo y ya. -Lo miré llena de convicción y le hice replantear su decisión.
Esos ojos que alguna vez fueron grises se volvieron negros y su expresión se tornó inmutable. En ese instante no sentí más nada, solo fui arrastrada a un lugar lleno de penumbras y por alguna razón sentí que llegué a casa…
Autor: Gisselle Nicole Gutiérrez Baptista -I.E. La Esperanza