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El Festival del país vallenato

BITÁCORA

Por: Oscar Ariza Daza

El Festival Nacional de Compositores de Música Vallenata, en San Juan del Cesar, en cabeza de José Antonio Manjarrez Ariza, gerente de esta versión, es toda una institución que durante 34 años se ha abierto espacio en el campo folclórico y cultural colombiano para convertirse en promotor natural de un semillero de compositores y composiciones que han nutrido durante décadas el acervo cultural de la región. Este nueve de Diciembre se abre el telón para cantarle al folclor en homenaje a Gustavo Gutiérrez y Rafael Manjarrez; compositores vallenato y Guajiro, respectivamente.

Es el Festival el vehículo que ayuda a que las composiciones se mantengan como constante cultural, pues a través de las competencias se estimula la producción musical que convierten las letras de las canciones en un elemento fundamental para entender los sistemas éticos de toda una región, que a partir de lo popular y lo cotidiano construye sus imaginarios poéticos basados en costumbres y en sistemas de valores interpretados por un sujeto cultural que habla a nombre de toda una colectividad a partir de unas categorías mentales.

La trigésima cuarta edición del Festival Nacional de Compositores de música vallenata revalida lo que desde siempre hemos defendido como una sola patria y que Aníbal Martínez Zuleta un día bien bautizó el país vallenato; un territorio que a base de canto y música de acordeón rompe las fronteras administrativas, para fundar una sola conciencia fusionada a través del folclor, para volvernos un solo pueblo que se hibrida desde su quehacer y sentir vallenato y guajiro, como lo pone de manifiesto el gran verso de Hernando Marín, que me recuerda que “llevo en el alma un acordeón que canta /y sus notas son mi propio suspiro/ cuando canto música vallenata/siento que soy vallenato y guajiro”.
Es esa misma reiteración que hace Marciano Martínez cuando poéticamente reconoce su verdadera dimensión cultural producto de la mixtura que le permite ser parte de la tradición de cantar, como lo dice en uno de sus versos ganadores del Festival Vallenato: “porque yo siento correr por mis venas, la sangre del indio como un manantial/siendo mi madre una vieja atanquera, mi padre un guajiro como el río Cesar/por eso canto y conservo el estilo, de nuestra música tradicional”.

San Juan del Cesar se convierte en  un referente obligatorio para cualquier artista o investigador de la música vallenata. Su Festival Nacional de Compositores a lo largos de 34 años la proyecta como la Meca de la composición vallenata, porque ha parido y sigue sosteniendo en sus calles a talentosos poetas de talla nacional, creadores de la palabra cantada como Máximo Movil, Isaac Carrillo, Hernando Marín, Alberto, Efrén, Amylkar y Roberto Calderón; hermanos que han forjado toda una dinastía de compositores, al igual que Aurelio Núñez, Luis Egurrola, Hernán Urbina Joiro, Jacinto Leonardy Vega,  Marciano Martínez, Diomedes Díaz, Juancho Rois Zúñiga, Deimer Marín  y Juan Ariel Hinojosa, entre otros, que por la poca extensión de esta columna es imposible incluirlos, pero que aún sin mencionar son parte del patrimonio inmaterial del folclor vallenato que hoy se extiende más allá de sus fronteras regionales y nacionales para mostrar al mundo que somos un clamor de vida, una conciencia colectiva que canta o llora a la cotidianidad y al asombro a través de melodías que desde niños habitan en la memoria de las esquinas, de cualquier patio, callejón o plaza de donde brota  una voz que se abre paso para cantar desde una guitarra, acordeón o un silbido que al aire se expande, como invitando a festejar o padecer ante la magia de esas mujeres que desde los balcones o detrás de las ventanas y las  puertas sufren de hermosura durante la madrugada, esperando que la serenata reitere el pacto de amor que nació un día bajo la sombra de los almendros, matarratones, árboles de Nim o mangos;  esos árboles sagrados que reinventan ese pueblo levantado sobre la llanura con la cara más hermosa de la luna ruborizada por las melodías trasnochadas que desde la pequeña ciudad rememoran el pueblo que un día invitó a nuestros ancestros a cantarle a la vida.

El festival es el mayor patrimonio de San Juan del Cesar, al igual que su río, su luna y sus mujeres provincianas como las dibuja Rafael Manjarrez en algunas de sus canciones por las que ahora se le rinde tributo.

arizadaza@hotmail.com

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