La última frase de la columna de la semana anterior decía: “Preocupa ahora el constante deseo de llevar a Argentina a campeonar, esto ya lo hemos visto antes, muchas veces”. Y así fue, hemos dejado en claro que, desde el tema estrictamente futbolístico, le temía mucho más a Uruguay; pero en cuanto a arbitrajes y a poder e influencia desde los escritorios de la Confederación Suramericana de Fútbol -CONMEBOL-, el enemigo a derrotar era Argentina. De hecho, si no fuese así, seguramente la final habría sido con otro equipo, muy superior al cuadro gaucho.
En la noche del domingo temíamos los futboleros que el resultado fuese diferente al justo, al que debería darse por rendimiento de ambos equipos. Colombia dominó el primer tiempo con suficiencia, hizo ver muy mal a la albiceleste que no encontraba por dónde hacerse dueña del juego. Colombia ejerció una presión asfixiante en todos los sectores del campo, los argentinos poco pudieron salir de su zona, aguantaron y reventaron el balón cuando esa era la única opción que les quedaba.
Colombia además atacaba y ganaba la mayoría de balones por arriba, mantuvimos la intención de ser fuertes en el fútbol aéreo. Se presentaron varias faltas que ameritaban amarillas y el árbitro brasileño, que de paso sea la oportunidad de afirmar que pitó la fina a solicitud de Argentina, porque quien estaba listo para cumplir con eso era otro brasileño que no gustaba a los del sur del continente, sencillamente se hizo “el de las gafas”. Poco a poco esas manipuladas decisiones, que nos afectaban directamente, fueron permitiendo enfriar el ritmo del partido y que jugadores expertos en manejar a los de negro, como Rodrigo de Paul, hicieran y deshicieran. Por más de que James argumentaba injusticias, el juez se hizo siempre “el de la vista gorda”. Lo peor estaría por venir después de los casi 30 minutos de intermedio.
Aquí aparece el fantasma de Julio Grondona, aquel recordado presidente de la Asociación del Fútbol Argentino -AFA-, que durante 25 años dominó este deporte a nivel mundial, en calidad de vicepresidente de la FIFA. Grondona fue un verdadero capo del fútbol. Se inició como volante de creación y pasó por varios clubes hasta que llegó al Arsenal Fútbol Club, donde jugó y empezó a ejercer como dirigente. Montó una estructura mafiosa en la AFA, que le permitió llegar a dominar la CONMEBOL y desde ahí, la FIFA, entonces en manos de su gran amigo, el brasileño Joao Havelange. Murió en el 2014 pero, tras 10 años de su partida, la estructura que dejó sigue incólume, sacando resultados para la Argentina de Messi. El mundial de Catar se los montó la FIFA, quedó en un grupo fácil que empezó mal al perder con Arabia Saudita pero que terminó ganando; en esta Copa América, el grupo fue muy sencillo y repitió partidos con selecciones poco relevantes para acceder a la final. Se dice, muy constantemente, que las balotas de los sorteos de Argentina son frías y calientes para poder elegir los rivales que les convienen. La mano negra de Grondona sigue vigente.
Argentina influye en los árbitros, pide cambios en las ternas y se les obedece. Pero, además, los otros países tenemos que convivir con eso porque ningún otro dirigente es capaz de destapar el entuerto. Ni qué decir de Ramón Jesurum, que terminó preso en Miami después de la final. Ramoncito, a quien hemos combatido desde estas columnas en varias ocasiones, debería, ahora sí, renunciar por dignidad.
Algunos analistas deportivos afirman que no nos pitaron 2 penaltis durante la final. A mí por lo menos, sí me parece que uno fue penalti claro pero el árbitro, como de costumbre, se desentendió del tema. El VAR, también dominado por la misma estructura perversa, pasó desapercibido. El mundo entero lo vio, los periodistas europeos han protestado por todo esto, más que nosotros. Aquí comemos callados y nos dejamos atropellar. Con cualquiera de esos 2 penaltis, habríamos ganado 1 a 0 el partido y no habría habido alargue. Seríamos los justos campeones.
Nos robaron en la cara, otra vez nos robaron. Grondona parece estar vivo.
Por: Jorge Eduardo Ávila.