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El fajón de mi hermano

El otro día mis consejeros periodísticos Tío Chiro y Tío Nan recorrieron todos los almacenes de Valledupar en busca de un regalo de cumpleaños para el profesor, escritor e investigador Johnny Meza Orozco, un villanuevero dedicado de corazón y alma a escribir libros sobre matemática financiera.

No compraron nada y regresaron tristes para sus casas. Dijeron que habían visto cientos de cosas que seguramente le hubiesen gustado al cumplimentado, pero no se pusieron de acuerdo para comprar.

Así pasa y a muchos les ha ocurrido lo mismo, mientras que hay personas que salen con 50 o 70 mil pesos y consiguen el detalle más maravilloso del mundo y hasta les queda plata.

Recuerdo que hace unos años mi esposa Marlene compró un regalo para la hija de su prima (Dany Gómez Martínez) y al llegar al festejo vio regalos muy grandes y valiosos. A la semana la prima Dany la llamó para preguntarle dónde había comprado las dos blusitas del regalo, para comprar dos o tres más, porque su hija no se las quería quitar ni de noche ni de día y no le había “parado bolas” a los regalos costosísimos.

Otros no encuentran qué regalar, ni con un millón de pesos. Hay cientos de ejemplos que hoy no voy a contar aquí, ni más faltaba.
Claro que hay otros que nunca los enseñaron a dar un detalle, son cujíes; ni dándoles la plata compran un regalo el día de tu cumpleaños. Son tan miserables que hasta critican los regalos que les dan. Bueno, pero dejemos a estos mezquinos quietos.

Pero no solo mis consejeros periodísticos son malísimos para comprar un regalo, tengo un hermano, Romel, que para salir del apuro mejor da el dinero y no pierde su tiempo buscando algo qué regalar.

Recuerdo que en mi casa cuando vivíamos todos los hermanos con mis padres Aquilino Cotes Calderón y Dominga Zuleta Ramírez (13 hermanos -10 hombres y 3 mujeres-), para el día de las Madres, mi hermano Romel siempre compraba un corte (tela para hacer un vestido) y se lo daba a mi hermana Dollys para que se lo regalara a mi mamá. A él le daba pena regalar lo mismo.

El 21 de febrero pasado, día de mi cumpleaños, mi hermano Romel llegó a mi casa con un regalo. Yo me sorprendí al ver su caminar alegre y una sonrisa a flor de labios. “Te compré esto Aquilino” y me dio un fuerte abrazo de felicitación.

Abrí la bolsa de regalo y encontré un fajón de puro cuero, hermoso, y dada la confianza que tengo con mi querido hermano le dije: “oye ya sabes comprar regalos”.

Volvió a sonreír y me dijo: “que va, una amiga me oyó decir que te venía a felicitar y me llevó a comprarte ese fajón” y soltó una carcajada. Romel no aprende, caramba. Hasta la próxima semana.

 

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