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El espantajopismo no solo es barranquillero

El término espantajopo es muy barranquillero, pero aplica no solamente para la Costa sino para todo el resto del país e incluso, por qué no, para el mundo.

Nuestras conductas y actitudes afectan, sin duda alguna, la calidad de vida y condicionan el vínculo con otras personas. ¿Quién no ha sentido alguna vez envidia de otro por lo que hace, usa o lleva puesto? Y quien esté libre de pecado que lance la primera piedra.


En Barranquilla, se utiliza un término extremadamente coloquial para designar al aparentador e incluso al envidioso, un término que se ajusta para definir a aquella persona que quiere mostrarse en una sociedad que le exige ser de tal manera y él con la futilidad y debilidad personal se muestra ante ese “su mundo de ilusión o de mentiras”.


Pero, a pesar que el término se escucha en la boca de los barranquilleros en su gran mayoría, su significado no se escapa a ser copiado en otras regiones con sus sinónimos, igualmente coloquiales. Es común oír a los habitantes de la Sabana, aquí en la Costa, un término: “farto” y si golpea al hablar como los bolivarenses se les escucha diciendo “facto”, el que sufre de fartedad. Así como al guajiro, magdalenense y cesarense se les escucha decir: “pantallero” o “aparentador”.


Como decía, el término espantajopo es muy barranquillero, pero aplica no solamente para la Costa sino para todo el resto del país e incluso, por qué no, para el mundo. En cualquier lugar podemos tropezarnos con un espantajopista, que sin diferencia de género, se considera en la obligación de visitar una o varias veces (lo recomendable) los sitios de moda, sin importar que les guste, solo por estar en la jugada, como decimos. A muchos nos gusta aparentar y lo peor, es que nos habituamos tanto a ello, que ya no solamente lo hacemos ante nuestros amigos sino ante nosotros mismos, convirtiéndonos en una especie de mitómanos de nuestra propia imagen o apariencia.


Si bien es cierto que los chinos han ayudado muchísimo al fácil desenvolvimiento en lo que respecta a la manera de vestir, pues con la mercancía de réplicas triple A, podemos usar camisas con cocodrilos, caballitos, perritos, etc., logos insignes de las grandes marcas de la alta costura y se puede pasar desapercibido por ello, también es cierto que tal afán por destacar ante una sociedad insulsa y vacía, carente de valores y que resalta a diario apariencia, nos impulsa a hundirnos cada día más en nuestro mundo de fantasía, aunque para estar en la cúspide de la exaltación falsa de la vanidad social haya que comer lo que sabemos, porque hay que darle prioridad al qué dirán.


A veces se come solo una torreja de salchichón con un pan de mil (ya escasos) y una cola para engañar también al estómago, victima colateral de las apariencias; Pero a quien le importa si ya incluso si te enfermas dices que te lleven a la mejor clínica de la ciudad aunque solo tengas Sisben, después ahí convaleciente armas el mierdero. Tienes convenios con todas las empresas de servicios públicos y te mantienes alerta ante la llegada de cualquier carro o moto a la entrada de tu conjunto residencial para correr a organizar el tema del cuadre para evitar una y otra vez que te suspendan o corten los servicios.
El espantajopismo más que una mal llamada condición social es una enfermedad grave que lesiona no solamente el bolsillo sino el cuerpo y en especial la mente. Como dije al inicio, quizás todos padecemos en algún grado de ella y son pocos los que la afrontan con dignidad, por eso hay que aplaudir a nuestros padres que sin reparo o vergüenza expresan su inconformismo y ponen el grito en el cielo cuando en la carta el valor de los lomitos trenzados y asados al carbón de mangles de la isla de Salamanca en proceso de exterminio es exorbitante y le dicen al mesero: “¿una simple chinchurria vale todo ese poco de plata?” y entonces las miradas inclemente como dagas de todos los comensales se vuelcan a la mesa y decimos “trágame tierra”.


Pero, así es la vida, llena de apariencias y fantasías que creamos para supuestamente vivir mejor y debemos acatar por ello las nuevas imposiciones sociales y comer mierda de caché servida en el nuevo restaurante bar de propiedad de uno de los más renombrados influencer en la actualidad, porque a “fulanita de tal” le pareció exquisita.

Por Jairo Mejía Cuello

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