Por María Angélica Pumarejo
Algún día, no se bien cual, y en algún lugar o por algún medio, tampoco lo recuerdo, el presidente Santos dijo: “no vamos a permitir que los enemigos de la paz ganen”. Y ahí cometió el error. El lenguaje construye, destruye, crea ambivalencias, erige mundos y penetra la mente de las personas, define. Y esta expresión, que nunca dejó de repetir, fue la cereza en el pastel de lo errática que ha resultado la comunicación del gobierno Santos. No creo que ni él ni sus asesores, se hayan dado cuenta del error y del gran significado del mismo para el país.
Ninguna frase hubiera podido ser más contradictoria a sus propósitos de paz. Con esa frase creó una situación: que había enemigos de la paz. No ya, digamos, de la forma del proceso particular con las Farc. También creó a los enemigos. Esa creación supuso que él mismo y su gobierno se pusieran de un lado. Y él mismo entonces desechó a otro grupo de colombianos a los que no había que escuchar en sus reparos al proceso.
No creo y no lo voy a creer nunca que en este país haya gente que no quiera la paz. En el manual de instrucciones para ser presidente debería haber un párrafo explicativo titulado “sobre la importancia absoluta que el presidente debe conferirle a su voz en tanto la voz del mandatario es definitiva para su pueblo”. Todavía este país, pese a la desgracia con la que es gobernado, dice “el presidente dijo”. Y eso no pareció importarle al presidente. La oposición siempre va a cumplir con su papel. Pero en este caso Juan Manuel Santos decidió llamarlos enemigos, olvidó que también es su presidente, y entonces nos enemistó entre colombianos, porque bastaba, y aún hoy, ver las redes para sentir en los mensajes que se debía responder de manera fehaciente a alguna orilla.
No necesitábamos un error de “copy”. Esperábamos un gobierno que por primera vez, por ejemplo, porque era una oportunidad histórica, empoderara al Ministerio de Cultura, para construir el lenguaje y las nuevas narrativas. Pero el Ministerio no cumplió ese papel. Una llave entre el Ministerio a la cabeza, además del Ministerio de Educación y el Centro de Memoria Histórica para esta construcción era ideal porque la cultura es como la piel que todos sentimos. Pero no pasó. Llenaron todo de camisetas y palomitas y treinta mil ochocientos cincuenta y dos memes y tuits como si asistiéramos a un concierto de un rockstar.
Desde entonces cargamos con un país donde los que votaron que no avalaban el cuerpo del acuerdo con las Farc quedaron como los que no querían la paz, y los que votaron porque sí lo avalaban quedaron como los únicos que querían la paz. Esto ha creado un terreno de desigualdad tan grande como el social y económico, y será tarea del nuevo gobierno, porque a este ya se le escapó de la agenda, desarrollar unas nuevas narrativas y un lenguaje para la paz. Un lenguaje que debe ser incluyente, como ha sido el logro de la paz por parte de la gran cantidad de experiencias que hay desde hace muchísimos años en todo el territorio nacional. No sea, que vayan a creer los voceros de la exguerrilla de las Farc que ellos son los únicos abanderados del lenguaje de la paz y la democracia, y entonces conformen, desde ese discurso, nuevas desigualdades.
¡Es que no se podía cometer ese error frente a un propósito tan definitivo!