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El encuentro de dos mundos

Las celebraciones del Corpus Christi es una muestra de la cultura del Viejo y Nuevo Mundo. Archivo/ EL PILÓN

Giomar Lucía Guerra Bonilla

El Viejo Mundo se encontró con el Nuevo cuando las tres carabelas del almirante Colón llegaron, en una madrugada de octubre de 1492, a unas islas que pensó eran del Extremo Oriente, el Cipango. Hace referencia al denominado descubrimiento de América. Colón llega a  las costas de América frente al islote que denominó, Guanahaní a la que bautizó San Salvador. Salió de Palos de Moguer con tres carabelas y una expedición integrada por españoles autorizada por la monarquía de ese país, en un viaje de exploración hacia el continente Asiático, porque las relaciones entre Europa y China eran críticas por la ruptura de relaciones con los turcos otomanos y estaban convencidos que podían llegar a Oriente navegando por el Occidente. Al arribar a nuestras tierras, Colón escribió en su libro de viajes que había descubierto “El paraíso”.
Muere sin saber que estaba frente a un continente desconocido por los europeos. La conquista trajo consecuencias dramáticas. Nuestros nativos, semilla humana y autóctona expresión de la tierra, sentimiento, inteligencia y pensamiento, ser humano natural y propio parte de ella, se encogió en su tristeza, lloró, resistió, aportando un significativo número de vidas al brutal ataque de la conquista, en la denominada por algunos estudiosos “cultura interrumpida.”
Esta fecha marca el inicio de una nueva identidad resultado del encuentro y fusión de los nativos con los colonizadores que provocó una nueva visión del mundo. El mestizaje, generó unas pautas de comportamientos sociales que incidieron en la estructura familiar a lo largo de la colonia. De esa mezcla de razas y culturas nacimos, en donde la fusión de indígenas, negros y blancos dio como resultado el pluralismo cultural.
La imposición de costumbres, religiosidad y diversos aspectos de los europeos da nuevos matices a la cultura terrígena, iniciando por el sincretismo religioso que comienza a gestarse desde el mismo momento de la conquista.
¿Qué expresión cultural tiene mayor capacidad que la música para definir un momento histórico, para estimular y para acompañar  las transformaciones sociales?
La historia de la música mestiza en Tierra Firme comienza con la llegada de los primeros conquistadores y las conmemoraciones de rigor, la misa de acción de gracias y los cantos responsoriales y los enriquecedores aportes de la raza negra.
En el caso de algunas regiones del Caribe intercambiaron la variedad musical con nativos, chimilas, zenúes, taironas. Al inicio este intercambio fue clandestino, en especial a través de la evangelización, en la escuela y los sitios de trabajo. Por lo cual no fue tan fácil el registro por la historia. En 1502 llegan a Cartagena, el juglar hispánico Diego de Nicuesa y en 1537 el primer músico importante de formación académica Juan Pérez Materano, así como sacerdotes, músicos, aventureros de distintas procedencias europeas y moros.
La música de los nativos y sus instrumentos eran de una gran riqueza. Además de servir para celebrar fiestas, estaban dirigidos a la comunicación con sus dioses: pitos, ocarinas, carrizos, flautas, cachos, sonajeras, maracas, tambores aunado a los heredados de los negros actores, de magias e invocaciones que elevaban con el lenguaje de los tambores y la diversidad de instrumentos que se ingeniaron al no poder traerlos consigo, con las ceremonias rituales y la interpretación de sus bailes: bundes y fandangos. Estas creencias aportadas por los africanos, produce un sincretismo de analogías: sus orichas, changó y semejanzas entre dioses de distintos nombres y procedencia que después lograron una misma y única significación, como expresión de este sincretismo se produce una asimilación entre vírgenes y santos, dioses y provenientes de uno y otro lado del mundo: produciéndose una enriquecedora mezcla con los que traían los españoles caso de la guitarra, las bandas de viento.

La herencia continúa viva. Casos de las festividades religiosas como el Corpus Christi en Atánquez, la leyenda vallenata, en pueblos del Bajo Magdalena. En el aspecto literario la décima.
Finalmente en mayo de 1829, el austríaco CyrilDemian, patentó en Viena a su nombre y de sus hijos Karl y Guido, un instrumento de cinco botones y fuelle de tres pliegues, al que le dio el nombre de akordion, precisamente porque su función para entonces, era producir solo acordeones. En 1831 ya se fabricaban en Europa y Rusia varias de este instrumento. Se deduce que llegó a nuestro país a finales del siglo XIX.

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