Era previsible que, por cuenta de los TLC negociados durante la última década, se diera un incremento sustancial de las importaciones, pues de eso se trata un acuerdo comercial: de generar reglas de juego para que las dos partes puedan colocar la mayor cantidad de sus productos en el mercado del otro. Siempre lo dijimos. En el TLC con Estados Unidos, por ejemplo, no se podían esperar condiciones favorables por consideraciones ideológicas o políticas. Podemos ser los mejores amigos y aliados, pero una cosa es la cooperación internacional o la lucha antidrogas, y otra muy diferente los negocios. Business are business, es una máxima inquebrantable en el país del norte.
Pero también se esperaba que las exportaciones tuvieran la misma tendencia incremental. La gran promesa de valor fue el inmenso mercado que se abría a los productos colombianos. Pero no ha sido así. Después de tres años, la balanza comercial con Estados Unidos pasó de un superávit de US$8.420 millones en 2011, último año sin TLC, a un déficit de US$4.087 millones en 2014, es decir, una caída superior a ¡US$12.000 millones! Tal resultado tiene que ver no solo con el aumento de las importaciones en un 34% -situación esperada-, sino con la frustrante caída de las exportaciones en un 36% durante el periodo.
En cuanto al intercambio agropecuario con Estados Unidos la situación no es menos preocupante. Según el reciente estudio de OXFAM, en 2012 –primer año del TLC–, la balanza comercial ya era deficitaria en US$323 millones, y dos años después, en 2014, en lugar de avanzar hacia la promesa de valor de la apertura de ese gran mercado para nuestros productos, la tendencia negativa se acentuó hasta llegar a un déficit de US$1.022 millones.
De continuar por el mismo camino, el país se verá inundado de alimentos made in USA, sin que nuestras exportaciones alcancen a nivelar semejante desequilibrio, con un impacto gravísimo sobre el desarrollo económico y social del campo, cuando, precisamente, con negociaciones o sin ellas, el desarrollo rural se impone como una prioridad de Estado para el logro de la paz.
La tendencia positiva se podría recuperar si el Gobierno decide apoyar renglones de alto potencial exportador, como la carne bovina. Ahora mismo, mientras el kilo de novillo gordo en pie en Estados Unidos alcanza un precio de US$3,9, en el mercado colombiano se vende a US$1,42, ¡menos de la mitad!, lo que representa un margen de competitividad desaprovechado de cara a los mercados internacionales.
Estados Unidos, por su parte, no pierde el tiempo. A pesar del alto precio y la destorcida de la tasa de cambio, sus ventas de carne a Colombia se incrementaron en ¡1.392%!, al pasar de 143 toneladas en 2011 a 2.132 en 2014. ¿Por qué, entonces, no les vendemos un solo kilo, si tenemos un cupo aprobado que supera las 59.000 toneladas?
Las respuestas son conocidas. No contamos con admisibilidad sanitaria después de siete años de trámites, negociaciones, visitas técnicas y hasta promesas de Obama en la Cumbre de Cartagena. Después de diez años de ires y venires, no tenemos el Sistema de Trazabilidad que nos exige Estados Unidos, la Unión Europea y todos nuestros socios comerciales.
En su momento, otra de las promesas de valor fue el fortalecimiento de la institucionalidad para eliminar estas barreras, además de la generación de política pública para la reconversión de sectores con potencial exportador. Sobre estos temas le envié una carta al ministro de Agricultura y Desarrollo Rural, porque el sector agropecuario y la ganadería en particular todavía esperan respuestas.
@jflafaurie