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El Dios que sana

“Porque yo soy el Señor, tu sanador”. Éxodo 15,26
La buena salud es ciertamente, una de las más preciosas bendiciones en la vida y la más grande necesidad del ser humano. El enemigo pretende someternos quebrantando nuestra salud fiel a su misión de robar, matar y destruir.

Dios el Padre llamó a la enfermedad, “aflicción”, Jesucristo la llamó “ligadura” y el Espíritu Santo la llamó “opresión”. Así pues, Dios no puede ser el autor de la enfermedad. Santiago dice que por una misma fuente no brotan agua dulce y amarga al mismo tiempo. Por lo que, si Dios es el origen de las cosas dulces, la vida, la provisión y la salud, él no podría ser también el autor de la enfermedad que conduce hacia la muerte.

Muchos siglos antes que los médicos hablasen de medicina preventiva, Dios le había dicho a Israel que él quería evitar que padeciesen las enfermedades que azotaron a Egipto. Justo días antes, Dios había sacado al pueblo de la esclavitud egipcia atravesando el mar rojo, habían caminado por el desierto tres días y no tenían agua. De pronto, encontraron un pozo, pero no pudieron beber porque las aguas eran amargas.

Moisés clamó al Señor y el Señor le mostró un tronco; lo echó sobre las aguas y las aguas se endulzaron. Allí Dios les dio estatutos y ordenanzas y allí los probó. Les dijo: “Si escuchan atentamente mi voz y hacen lo recto delante de mis ojos, dando oído a mis mandamientos y guardando todos mis estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios traeré sobre ti, porque yo soy el Señor tu sanador, tu médico.

Estos cuidados de Dios implican: prevenir, cuidar, curar, velar por la salud. En combinación con los médicos, el Señor promete no solamente sanar, sino que declara que su presencia prevendrá la enfermedad. En Jesús podemos tener una vida sana y equilibrada que prevenga, pero también si por negligencia, desobediencia, falta de perdón, amargura o abuso hemos sido afectados, él tiene toda la autoridad para sanar y restaurar.

Vivir en sanidad implica creer que sus promesas son para sanidad del cuerpo y restauración de almas sufrientes. El salmista lo expresa así: “Él es quien perdona todas tus maldades y el que sana todas tus dolencias”.

Por otra parte, esas aguas amargas, reflejan como las desilusiones de la vida pueden amargar el alma y agriar nuestra existencia; pero el madero arrojado al pozo, figura de ese otro madero que un día se levantaría, endulzó las aguas y convirtió lo amargo en dulce para beber.

Mi invitación es a que cumplamos nuestra parte del pacto: Escuchar su voz y guardar sus estatutos y estemos seguros de que Dios cumplirá la suya: No tendrás ninguna enfermedad, porque yo soy el Señor tu sanador.

Oremos en el nombre de Jesús, el Señor que sana, como clamó Jeremías: “Sáname, Señor y seré sano”. ¡Hay sanidad en la obra redentora de Jesús!
Un fuerte abrazo y muchas bendiciones.

Por Valerio Mejía

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