Por: Valerio Mejía Araújo
“Alabad al Señor, porque él es bueno, porque para siempre es su misericordia”. Salmos 136:1
La misericordia es un atributo de Dios, una energía infinita e inagotable, interna a la naturaleza divina que predispone a Dios para ser activamente compasivo.
Dios en su misericordia ordenó que a los afligidos se les de esplendor en lugar de ceniza, aceite de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado.
Cuando un día – no muy lejano- alcancemos por fin nuestro hogar en la eternidad por medio de la sangre del pacto eterno, tendremos muchas cosas por las cuales agradecer; pero sin duda, la mayor será: ¡Su misericordia!.
¿Con qué derecho estaremos allí?, ¿Acaso nuestros pecados, yerros y equivocaciones no hicieron separación entre nosotros y Dios?, ¿No éramos todos hijos de ira?. Con todo, nosotros, que en un tiempo éramos enemigos y alejados de Dios debido a nuestras propias obras de maldad, tendremos el privilegio de verle cara a cara y llevaremos su nombre grabado en nuestras frentes. Los que nos ganamos la destrucción, disfrutaremos la comunión. Los que merecemos los dolores del infierno, conoceremos las bienaventuranzas del cielo. Todo esto, gracias a la tierna misericordia de Dios.
La misericordia nace de la bondad de Dios, por la cual da liberalmente a sus hijos y denota la pronta inclinación de Dios para aliviar la miseria humana. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, hablan acerca de la misericordia de Dios, ya sea desde el Sinaí o desde Getsemaní; Ya sea Dios mismo hablando o Cristo caminando entre los hombres.
La misericordia no es un estado temporal de humor de Dios, sino un atributo de su ser eterno que nunca dejará de existir. Nunca comenzó a ser, sino que fue desde la eternidad; y nunca dejará de ser, ni será mayor o menor, puesto que en sí misma es infinita.
La misericordia de Dios es su indulgencia al confrontar el sufrimiento y la culpa de los humanos. Si no hubiese culpa alguna en el mundo, ni dolor ni lágrimas; es probable que su misericordia se hubiese quedado escondida en su corazón, desconocida por nosotros. Ninguna voz se hubiera alzado para celebrar la misericordia de la cual nadie habría sentido necesidad. Son la angustia y el pecado de nuestro corazón, lo que ha hecho salir a la luz la misericordia divina. Dios renueva sus misericordias cada día y son nuevas cada mañana.
El Nuevo Testamento, nos cuenta de dos ejemplos maravillosos de personajes que de cara a su necesidad sentida, clamaron por misericordia: Bartimeo, el mendigo ciego de nacimiento, cuando Jesús pasaba por el camino, le gritó: “Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí”. A cambio, recibió su milagro de la vista, y seguía a Jesús por el camino. La mujer Cananea, le gritó: “Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí”. A cambio, su hija fue sanada desde aquella hora.
Amados amigos lectores, para recibir misericordia, primero tenemos que aceptar que Dios es misericordioso. Y no basta con creer que una vez manifestó su misericordia en el pasado con Noé, Abraham o David, o que la mostrará nuevamente en un feliz día del futuro. Debemos creer que la misericordia de Dios no tiene límites, es gratuita, y por medio de Jesucristo nuestro Señor, está disponible para nosotros hoy, en nuestra situación presente. “Ahora, es el tiempo aceptable; ahora es el día de salvación”.
Ahora bien, podemos estar suplicando misericordia durante toda una vida de incredulidad, esperanzados de recibirla en algún lugar y el algún momento; o podemos, aferrarnos ahora por la fe a la misericordia de Dios, entrar al salón del banquete y sentarnos junto con las almas osadas y ávidas que no permiten que su timidez y la incredulidad las alejen del festín de misericordias que Dios tiene preparado para ellos.
Recuerda: La misericordia nos sostiene, nos perdona y nos provee para el tiempo presente. Clama por ella y disfruta los beneficios que tiene para ti y los tuyos.
“Querido Dios, renueva tus misericordias sobre nosotros cada mañana. Gracias. Amén”
Abrazos y muchas bendiciones de parte del Dios misericordioso, quien su vida dio por nosotros.
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