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El Dios de toda gracia

por: Valerio Mejía
“… Para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el amado”. Efesios 1:6

Nuestro Dios es el Dios de toda gracia, cuyos pensamientos hacia nosotros son siempre pensamientos de paz.
Así como la misericordia es la bondad de Dios que confronta la angustia y la culpa, la gracia es su bondad dirigida hacia la deuda y el demérito de los hombres. Por su gracia, Dios atribuye mérito donde no existía, y declara que no existe deuda donde antes había existido.
La gracia es el beneplácito de Dios que lo inclina a conceder beneficios a quienes no lo merecemos. Es un principio con existencia propia, inherente a la naturaleza divina y se muestra como una propensión a compadecer a los miserables, perdonar a los culpables, recibir a los excluidos y hacer entrar en su favor a los que antes se hallaban bajo una justa reprobación.
Consiste en salvarnos y hacernos sentar junto con Él en los lugares celestiales para demostrar ante las edades las insondables riquezas de la bondad hacia nosotros en Cristo Jesús. Es por su gracia que Dios levanta nuestras cabezas y nos saca de las prisiones de soledad, cambia nuestras ropas de reos de muerte por vestiduras reales y nos hace sentar a su mesa para disfrutar de su presencia todos los días de nuestra vida.
La gracia brota desde muy adentro del corazón de Dios, y fluye hacia nosotros a través de Jesucristo, crucificado y resucitado.
Antes del gran diluvio, Noé “halló gracia ante los ojos de Dios”. Y después de haber entregado la Ley a Moisés, Dios le dijo: “Has hallado gracia ante mis ojos”. Si los tiempos del Antiguo Testamento hubieran sido solamente tiempos de una ley rigurosa e inflexible, no habría existido un Abraham, amigo de Dios; ni un David, hombre conforme al corazón de Dios, ni un Samuel, Isaías o Daniel y seguramente que el salón de la fama de los héroes de la fe de Hebreos 11, permanecería vacío,  sin ocupantes.
Amado amigo lector, siempre tropezaremos con la realidad bendita de “cuando abundó el pecado, sobreabundó la gracia”. “Abundar”, es lo nuestro, es lo que hacemos cada día; y aunque sintamos levantarse nuestras iniquidades sobre nosotros como una montaña; con todo, tiene límites definibles de peso y tamaño.
“Sobreabundar”, hace que nuestros pensamientos se sumerjan en el infinito por la abundancia de su gracia. Por más que abundemos en nuestras iniquidades y equivocaciones, Dios siempre sobreabundará en su gracia y su favor para nosotros.
Nadie ha sido salvo jamás, sino por gracia. Desde que la humanidad fue expulsada del Edén, nadie ha regresado jamás al favor divino, si no ha sido a través de la bondad de Dios. Y dondequiera que la gracia ha llegado ha producido cambio, renovación y nueva vida en Jesucristo. Ciertamente la gracia vino por Jesucristo, pero no esperó a que él naciese en el pesebre, o que muriese en la cruz para poder actuar. Y desde siempre, todos los que hemos regresado a la comunión con Dios, lo hemos hecho por medio de la fe en Cristo. Antes los hombres esperaban la obra redentora de Cristo en el futuro;  ahora, la recordamos del pasado; pero siempre, todos han venido y seguimos viniendo a ella por gracia, por medio de la fe.
Todos los que nos sintamos apartados de la comunión con Dios, podemos ahora levantar nuestra desalentada cabeza y mirar a lo alto. Por medio de la muerte expiatoria de Cristo, la causa de nuestra expulsión ha sido quitada. Podemos regresar cual hijos pródigos y recibir la bienvenida.  Los guardianes del árbol de la vida apartarán su espada llameante y se echarán a un lado cuando vean acercarse a un hijo de la gracia.
“Querido Dios, gracias por el regalo inmerecido de tu amor y por otorgarnos plena aceptación en tu presencia por los méritos de Jesús. Amén”
Recuerda: la gracia de Dios es infinita, eterna y gratis, ¡Recíbela hoy!

Abrazos y bendiciones del Dios de toda gracia.
valeriomejia@etb.net.co

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